sábado, 3 de diciembre de 2011

EL SUBALTERNO Y LOS LÍMITES DEL SABER ACADÉMICO*

John Beverley




Jacques Lacan contó la siguiente historia en uno de sus famosos seminarios en París:

Tenía yo entonces unos veinte años –época en la cual, joven intelectual, no tenía otra inquietud, por supuesto, que la de salir fuera, la de sumergirme en alguna práctica directa, rural, cazadora, marina incluso. Un día, estaba en un pequeño barco con una pocas personas que eran miembros de una familia de pescadores de un pequeño puerto. En aquel momento, nuestra Bretaña aún no había alcanzado la etapa de la gran industria, ni el barco pesquero, y el pescador pescaba en su embarcación frágil, por su cuenta y riesgos. A mí me gustaba compartirlos, aunque no todo era riesgo, había también días de buen tiempo. Así que un día, cuando esperábamos el momento de retirar las redes, un tal Petit-Jean, como lo llamábamos –al igual que toda su familia, desapareció muy pronto por culpa de la tuberculosis, que era en esa época la enfermedad ambiental que cruzaba a toda esa capa social- me enseñó algo que estaba flotando en la superficie de las olas. Se trataba de un pequeña lata, más precisamente, de una lata de sardinas. Flotaba bajo el sol, testimonio de la industria de conservas que, por lo demás, nos tocaba abastecer. Resplandecía bajo el sol. Y Petit-Jean me dice -¿Ves la lata? ¿La ves? Pues bien, ¡ella no te ve!
Le divirtió mucho esta observación –a mi menos. Me pregunté ¿por qué? Es una pregunta interesante. La moral de este breve cuento, tal como acaba de surgir del ingenio de mi compañero, el hecho que le pareciera tan gracioso, y a mi no tanto, se debe a que si se me narra un cuento como ese es porque, al fin y al cabo, en ese momento –tal como yo aparecía a esa gente que se ganaba el pan a costa de su esfuerzo, enfrentándose a lo que para ellos era una naturaleza inclemente- yo constituía una imagen bastante inenarrable. Para decirlo claramente, yo estaba fuera de lugar en el cuadro. Y porque me daba cuanta de ello, el que me interpelasen así, en esa cómica e irónica manera, no me hacía mucha gracia .

Estoy usando la figura de Lacan aquí para ilustrar al sujeto amo del saber –el “sujeto supuesto saber”. Lacan contó esta “pequeña historia” para ilustrar su teoría de la relación entre el sujeto y el campo visual (forma parte de sus lecturas sobre la mirada y el objeto petit a). Pero ésta es también una historia sobre subalternidad y representación –en este caso, sobre cómo el sujeto subalterno se representa al sujeto dominante, y en el proceso lo descoloca, mediante una negación o un desplazamiento: “yo estaba fuera de lugar en el cuadro”.
En la sucinta definición de Ranajit Guha, lo subalterno es “un nombre para el atributo general de la subordinación... ya sea que ésta esté expresada en términos de clase, casta, edad, género y oficio o de cualquier otra forma” . Seguramente, se puede entender que “de cualquier otra forma” incluye la distinción entre educado y no (o parcialmente) educado que el aprendizaje en la academia o el saber profesional confiere. Esto es lo que Lacan expresa, desde el otro lado de la fisura subalterno/dominante, cuando nos dice que, como joven intelectual, quería “ver algo diferente” –en efecto, intercambiar la posición del amo, ajeno al mundo del trabajo y su materialidad, por la posición del esclavo.
Para Guha, como para Lacan, la categoría que define la identidad o “voluntad” del subalterno es la negación. El epígrafe de Guha a su libro fundamental Elementary Aspects of Peasant Insurgency, es un pasaje en sánscrito sacado de las escrituras budistas:

(Buda a Assalayana, su discípulo): ¿Qué piensas sobre esto, Assalayana? ¿Has escuchado que en Yona y Camboya y otras janapadas (poblados) hay sólo dos varnas (castas), el amo y el esclavo, y que habiendo sido un amo se deviene un esclavo; habiendo sido un esclavo se deviene un amo? .

Para acceder al campesino rebelde como un sujeto de la historia se requiere, según Guha, una correspondiente inversión epistemológica: “La documentación sobre la insurgencia en sí misma, debe ser invertida para reconstituir el proyecto insurgente como una inversión del mundo” . El problema es que los hechos empíricos de esas rebeliones son capturados en el lenguaje y las correspondientes pautas culturales de la élite –pautas, tanto la nativa como la colonial- contra las cuales las rebeliones precisamente se dirigían. Tal dependencia, argumenta Guha, constituye un sesgo que dificulta la construcción de la historiografía colonial y post-colonial, en favor del archivo escrito y las clases dominantes y sus agentes, cuyo estatus es parcialmente posibilitado por su dominio de la alfabetización y la escritura. Este sesgo, evidente incluso en formas de historiografía empáticas con los insurgentes, “excluye al insurgente como un sujeto consciente de su propia historia y los incorpora sólo como elemento contingente a otra historia y con otros sujetos” . Por lo tanto, “el fenómeno histórico de la insurgencia es visto por primera vez como una imagen enmarcada en la prosa, de allí la perspectiva de la contra-insurgencia... inscrita en el discurso de la élite, tiene que ser leída como una escritura en reversa” . (El cuento de Lacan es sobre una manera de mirar en reversa).
Guha entiende por “prosa... de la contrainsurgencia” no sólo la información contenida en el archivo colonial del siglo XIX, sino también el uso, incluyendo el uso en el presente, de ese archivo para construir los discursos burocráticos y académicos (históricos, etnográficos, literarios y otros) que pretenden representar estas insurgencias y ubicarlas en una narrativa teleológica de formación del Estado. Guha está preocupado con la manera en la que “el sentido de la historia [es] convertido en un elemento de cuidado administrativo” en estas narrativas. En tanto que el subalterno es conceptualizado y entendido, en primer lugar, como algo que carece de poder de (auto) representación, “por hacer de la seguridad del Estado la problemática central de las insurrecciones campesinas”, estas narrativas (de perfeccionamiento del Estado, de ilegalidad, de transición entre etapas histórica, de modernización) necesariamente le niegan al campesino rebelde el “reconocimiento como sujeto de la historia y su propio derecho a un proyecto histórico que era totalmente suyo” .
El proyecto de Guha es recuperar o re-presentar al subalterno como un sujeto histórico –“una entidad cuya voluntad y razón constituye una praxis llamada rebelión”- desde el revoltijo de la documentación y los discursos historiográficos que le niegan el poder de agencia. En ese sentido, como observa Edward Said en su presentación del trabajo del Grupo de Estudios Subalternos sudasiático, este trabajo representa una continuación historiográfica de la insurgencia . Pero esta observación implica que los estudios subalternos no pueden ser, simplemente, un discurso “sobre” el subalterno. Pues, ¿cuál sería el interés, después de todo, de representar al subalterno como subalterno? Ni tampoco los estudios subalternos tratan solamente sobre los campesinos o el pasado histórico. Surgen y se desarrollan como una práctica académica en un marco contemporáneo en el que la globalización está produciendo nuevos patrones de dominación y explotación, y fortaleciendo otros anteriores. Responden a las presiones sobre la universidad, la investigación y las políticas institucionales para producir los saberes apropiados a la tarea de comprender y administrar mejor una trasnacional y heterogénea clase trabajadora. Entonces, los estudios subalternos no son sólo nuevas formas de producción de conocimiento académico; deben ser también formas de intervenir políticamente en esa producción, desde la perspectiva del subalterno.
Hay un pasaje en el ensayo autobiográfico del escritor chicano norteamericano Richard Rodriguez Hunger of Memory (hambre de memoria) que re-narra la historia de Lacan, desde el otro lado, el lado en que el sujeto dominante se hace conciente como tal, en un proceso de diferenciación y fisuramiento con respecto al subalterno. Este pasaje captura elocuentemente como el saber académico está implicado en la construcción social de la subalternidad y, viceversa, como la emergencia del subalterno en la hegemonía altera ese saber. Hunger of Memory cuenta la historia del aprendizaje de Richard Rodriguez como un estudiante Chicano de pre-grado de literatura inglesa, primero en Stanford y luego, como estudiante de post-grado en Berkeley, proceso que le dio la oportunidad de trascender su acervo familiar parroquial (en su visión) de clase trabajadora, hispanohablante. Volviendo desde la universidad a su viejo vecindario, en la ciudad de Sacramento en California, para trabajar el verano, Rodriguez observa (en inglés) de sus compañeros de trabajo:

El salario que esos mexicanos recibían por su trabajo era sólo una muestra de su condición desventajosa. Su silencio era más decidor. Ellos carecían de identidad pública. Se mantenían profundamente ajenos... su silencio permanece conmigo. Yo he usado estas palabras para describir su impacto. Sólo el silencio. Algo extraño hay en esto. Su complacencia, vulnerabilidad, su pathos. Cuando escuchaba su camión salir, sentía escalofríos, mi cara cubierta de sudor. Finalmente había estado frente a frente con los pobres .

Lo que Rodriguez entiende por los pobres es, por supuesto, lo que Guha entiende por el subalterno. De hecho, no conozco una descripción más exacta de la producción de la identidad del subalterno, como “antítesis necesaria” (la frase es de Guha) de un sujeto dominante, que este breve pasaje, construido sobre una conceptualización binaria de fluidez oral-poder versus mutismo-subalternidad, el cual, en la medida en que está escrito, también se representa performativamente. Aunque no sin conflictos y pérdidas irremediables, que sus admiradores conservadores tienden a soslayar, Hunger of Memory es, finalmente, una celebración de la universidad, del curriculum tradicional y humanista en literatura y de las destrezas de la escritura en inglés en particular, que le dan a un “niño en ?desventaja social’ ” por su origen hispano en Estados Unidos, como Rodriguez se describe a sí mismo, un sentido subjetivo y de emprendimiento personal .
Por contraste, Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, que es también un texto autobiográfico sobre las negociaciones de estatus entre subalternos y la élite en las Américas, comienza por un rechazo estratégico tanto de la cultura del libro, como del concepto liberal de la autoridad de la experiencia personal que la literatura puede engendrar: “Mi nombre es Rigoberta Menchú. Tengo 23 años. Este es mi testimonio. Yo no lo aprendí de un libro, tampoco lo aprendí sola” . Lo que Hunger of Memory y Me llamo Rigoberta Menchú... comparten, junto con ser narrativas autobiográficas de cómo un sujeto subalterno “adquiere poder”, por así decirlo, es una conexión fortuita con la Universidad de Stanford, una de las más prestigiosas en Estados Unidos. La decisión de incluir Me llamo Rigoberta Menchú en una de las clases de Cultura Occidental para los estudiantes de pre-grado de Stanford, fue decisivo para el debate público sobre multiculturalismo durante la era de Reagan, con la muy publicitada intervención de Dinesh D´Souza, con su bestseller IIliberal Education (Educación iliberal), y el entonces secretario de educación norteamericano, William Bennett. El debate no fue tanto sobre el uso de Me llamo Rigoberta Menchú como un documento del mundo del subalterno –la cultura occidental siempre ha dependido de reportes sobre y desde lo subalterno, sino sobre el hecho de poner este texto en el centro de un conjunto de lecturas requeridas de los estudiantes de una universidad cuya función primaria es la de reproducir las élites locales, nacionales y trasnacionales .
Cuando Gayatri Spivak reclamó que el subalterno no puede hablar, ella trataba de decir que el subalterno no puede hablar en una manera que conlleve cualquier forma de autoridad o sentido para nosotros, sin alterar las relaciones de poder/saber que lo constituyen como subalterno. Richard Rodriguez puede hablar (o escribir), en otras palabras, pero no como subalterno, no como Ricardo Rodríguez y, a pesar de que Estados Unidos es hoy el tercer país de habla hispana en el mundo, no en español. El “silencio” del subalterno, su aquiescencia o “vulnerabilidad” en la imagen de Rodriguez, es así sólo desde la perspectiva de la élite -estatus que él cree haber alcanzado-. Para decirlo con palabras de Spivak: “la práctica subalterna norma a la historiografía oficial” . Los pobres también tienen vidas, personalidades, narrativas, mapas cognitivos. Su silencio frente a Rodriguez es estratégico: ellos no confían en él, a pesar de su condición de mestizo, él no es uno de ellos; es un letrado – una palabra que implica connotaciones negativas asociadas con un agente del Estado o un miembro de la clase dominante . Si sus narrativas pudieran ser textualizadas para nosotros, ellas se asemejarían a Me llamo Rigoberta Menchú. Y si es que estos textos fueran admitidos en la hegemonía –por ejemplo, requeridos en la lista de lecturas de un curriculum de las humanidades en alguna universidad de la élite- esto complicaría las reivindicaciones de Rodriguez acerca de la diferencia y la autoridad, reivindicaciones basadas precisamente en su dominio de los códigos de la cultura occidental, que él aprendió como estudiante de literatura inglesa en Stanford y Berkeley.
Más aún, no es del todo claro que Rodriguez mismo pueda, o quiera borrar todas las marcas de subalternidad de su propia identidad. Henry Staten ha notado, en una incisiva re-lectura de Hunger of Memory, que:

A pesar de su ideológicamente familiar distinción de los pobres, a pesar de su metafísica trascendental, Richard siente una profunda conexión con los mexicanos percibidos de manera más abyecta y desea hacer contacto con ellos... En parte, estos sentimientos constituyen el “parroquianismo de clase media” contra el cual él mismo nos advierte (Hunger 6): un romance cultural interclase en el cual la burguesía anhela la corporeidad e inmediatez de los trabajadores. Pero en el caso de Richard es mucho más que eso, al menos por dos razones: primero, porque él comparte el fenotipo de los trabajadores y, segundo, porque su padre, aunque “blanco” e identificado con la burguesía, habla inglés precariamente, tiene las manos callosas por el trabajo y ha sido humillado en la vida por ser subalterno (Hunger 119-20) -como los mexicanos de piel morena que Richard retrata. La identidad de Richard está escindida con relación a su padre, quién por un lado, representa la persona que le permite a Richard ser diferente de los pobres y, por otro lado, representa a los pobres desde los cuales Richard es diferente .

La subalternidad es una identidad relacional más que ontológica –es decir, se trata de una identidad (o identidades) contingente y sobredeterminada. Rodriguex no puede escapar de esa contingencia; en eso, según el argumento de Staten, consiste su perpetua frustración melancólica.
En cierto sentido, la idea de “estudiar” al subalterno es catacrética o auto-contradictoria. Aún cuando sus prácticas constituyen una forma de discurso académico elitista, Guha y los miembros del Grupo de Estudios Subalternos Sudasiático tienen un agudo sentido de los límites impuestos por el hecho inevitable que ese discurso y las instituciones que lo contienen, tales como la universidad, la historia escrita, la “teoría” y la literatura, son en sí mismos, cómplices de la producción social de subalternidad. Los estudios subalternos deben, entonces, enfrentar e incorporar la resistencia al saber académico que Menchú expresa en las palabras finales de su testimonio: “Sigo ocultando lo que yo considero que nadie lo sabe, ni siquiera un antropólogo, ni un intelectual, por más que tenga muchos libros, no saben distinguir todos nuestros secretos” .
¿Cuáles son, entonces, las implicancias de los estudios subalternos para el saber académico y la pedagogía? Mi propia respuesta en este libro es ambigua. Creo que hay una tensión al interior de los estudios subalternos entre la necesidad de desarrollar nuevas formas de pedagogía y práctica académica –en historia, en crítica literaria, en antropología, en ciencia política, en filosofía, en educación- y la necesidad de desarrollar una crítica del saber académico como tal. Por un lado, los estudios subalternos se ofrecen como un instrumental conceptual para recuperar y registrar la presencia subalterna tanto históricamente, como en las sociedades contemporáneas. El fracaso de ciertas formas de pensamiento asociadas con la idea de modernidad tiene que ver –en términos generales- con su incapacidad de representar adecuadamente al subalterno (el fracaso de la estrategia norteamericana en la guerra de Vietnam –una estrategia diseñada en la academia, en momentos de alta expansión de la educación superior- hacía evidente los traumáticos problemas causados por la incomprensión o tergiversación de las clases o grupos subalternos, por parte de las disciplinas y metodologías académicas). En Estados Unidos, nosotros estamos desconectados del subalterno en virtud a un doble elitismo -el de la academia, y el de la academia metropolitana. Pero ahora contamos con un “lente” –los estudios subalternos- que nos permite “ver” este fenómeno. Ya no necesitamos depender del “informante nativo” de la antropología clásica, quien sólo nos contaba lo que nosotros queríamos saber en primer lugar. Nosotros ahora podemos acceder al subalterno, por decirlo así.
Esta es una idea de los estudios subalternos. En la medida en que tanto los actores como las formas culturales subalternas se hagan visibles a través de nuestro trabajo, ello producirá nuevas formas de pedagogía y representación en las humanidades y las ciencias sociales (porque como dice un crítico norteamericano, “ahora todos somos multiculturalistas” ). Pero, ser capaz de escuchar en el comentario de Menchú la resistencia a ser “conocida” por nosotros debe implicar también lo que Spivak llama “desaprender el privilegio”: trabajar contra la corriente de nuestros propios intereses y prejuicios, oponiéndonos a la academia y a los centros de “saber”, mientras al mismo tiempo, continuamos participando en ellos y desplegando su autoridad como profesores, investigadores, administradores y teóricos.
Esta comprensión de las implicancias de los estudios subalternos es bastante diferente de la primera. Como hemos visto, Guha hace de la negación la categoría central de la identidad subalterna; ¿Qué pasaría con la negación si esta ingresara en el espacio académico (en un sentido opuesto a ser simplemente representada desde la academia)? ¿Puede nuestro trabajo incorporar esa negación, y entonces devenir parte de la agencia del subalterno?
Guha no se refiere a la negación “dialéctica” –superación-conservación: aufhebung- , sino a algo similar a la simple negación o “inversión” en el sentido en que Feuerbach emplea esta idea en su conocida crítica de Hegel. Para Hegel la negación es un momento necesario en un proceso dialéctico de “devenir” (Entwicklung) a través de “momentos” que culminan en el Espíritu Absoluto (o, en términos más prosaicos, en la modernidad). Esta es la forma en que tanto la historia como el pensamiento se mueven. La idea de Feuerbach de negación, por contraste, no es dialéctica y no es teleológica. Feuerbach toma de Hegel la cuestión de la religión como la forma imaginaria del Espíritu Absoluto, pero la 'invierte'. La religión es para Feuerbach, una expresión alienada de la posibilidad de la igualdad humana, de la felicidad y de una plenitud ya presente a la conciencia. Esta posibilidad se vuelve alcanzable no al final de una secuencia histórica (en el cual la idea de lo “sagrado” cambia a través de un proceso de auto-alienación y devenir), sino simplemente mediante la denegación de la religión de una vez por todas. Esto es la negación como “inversión”, opuesta a la negación-superación dialéctica. De manera similar, para Guha, la “forma general” de insurgencia campesina es “un proceso de inversión, como Manu ha advertido, de lo bajo (adhara) en lo alto (uttara)” .
Al invocar a Feuerbach soy consciente –me refiero a la discusión de Althusser sobre Feuerbach en Por Marx- de que me mantengo plenamente dentro del dominio de una concepción ideológica de la identidad. Este es también el argumento de Spivak, cuando ella nota el esencialismo del concepto de conciencia subalterna, pero al mismo tiempo lo justifica argumentando que ese esencialismo es “estratégico” –es decir, está políticamente fundado. Lo que es de interés político aquí no es la verdad del sujeto, en la forma en que una práctica teórica desconstructiva podría revelar esto, sino en cambio lo que constituye verdad para el sujeto (en el sentido del comentario de Althusser que “la ideología no tiene un afuera” –esto es, que la misma categoría de sujeto es ideológica). La reivindicación de Guha es que la simple inversión es una de las formas en las cuales los grupos y clases subalternas experimentan la historia y la posibilidad del cambio histórico. La visión histórica de los subalternos es más particularista, maniqueísta, antihistoricista, reactiva y aún, a veces, “reaccionaria”: simular paródicamente o mofarse de los símbolos del prestigio y la autoridad cultural, quemar los archivos, invertir el mundo, recuperar la época dorada y todo será perfecto de nuevo. (En la construcción de la categoría de subalterno tanto en Gramsci como en Guha hay más que un trazo de la idea de “moral de esclavos” de Nietzsche, ahora “invertida” en un signo positivo más que negativo).
Porque los signos culturales –formas de habla y etiquetas verbales, escritura, prohibiciones de comida, vestuario, literatura e iconografía religiosa, alusiones intertextuales, rituales- sostienen relaciones de subordinación y deferencia en una sociedad semifeudal de “alta semioticidad” (Guha toma el concepto de Yuri Lotman), la insurgencia campesina es, en gran parte, una rebelión contra la autoridad de la cultura misma: “sería correcto decir que la insurgencia fue una masiva y sistemática violación de esas palabras, gestos y símbolos que daban el sentido a las relaciones de poder en la sociedad colonial” . “[F]ue este combate por el prestigio el que estaba en el corazón de la insurgencia. La inversión fue su modalidad principal. Ésta fue una lucha política en la cual el rebelde se apropiaba y/o destruía las insignias del poder de su enemigo, esperando así abolir las marcas de su propia subalternidad. Al revelarse, inevitablemente por lo tanto, el campesino se envolvía a sí mismo en un proyecto que estaba constituido negativamente” .
Guha muestra que las insurgencias campesinas desbordan las formas de “cambio prescriptivo” permitidas por las expresiones de inversión social culturalmente sancionadas, como la fiesta o el carnaval:

En condiciones gobernadas por la norma de incuestionada obediencia a la autoridad, una revuelta de subalternos sorprende por su relativa entropía. De ahí entonces la intempestividad tan frecuentemente atribuida a los alzamientos campesinos y el imaginario verbal de irrupción, explosión y conflagración usado para describirlas. Lo que se intenta... es comunicar el sentido de un quiebre imprevisto, de una brusca discontinuidad. Porque mientras las inversiones rituales ayudan a asegurar la continuidad de la sociedad campesina, permitiendo a sus elementos altos y bajos cambiar de lugar por intervalos regulares y por periodos estrictamente limitados, la motivación de la insurgencia campesina es tomar esa sociedad por sorpresa, poner de cabeza las relaciones de poder existentes y hacerlo así para siempre .

Si es que, como Said argumenta, el proyecto de Guha es una continuación de la lógica “negativa” de las insurgencias campesinas que éste busca representar como historiador, entonces la cuestión que debe plantearse es ¿cómo se localiza este proyecto con relación al proyecto necesariamente político de cambiar las estructuras, prácticas y discursos que crean y mantienen las relaciones élite/subalterno en el presente? Un historiador convencional podría decir “Guha hace esto mostrando una forma diferente de pensar sobre la historia social que produce una nueva concepción de los sujetos históricos y la agencia, de la nación y de lo nacional popular”. Pero los intereses y teleología que gobiernan el proyecto de los historiadores –su “tiempo de escritura”, su compromiso con la idea de aproximación progresiva a la verdad, la acumulación institucional de saber y la relación entre ese saber y una “buena ciudadanía”- son necesariamente diferentes de los intereses, y la teleología, “negativos” que gobierna la acción de las insurgencias campesinas. El proyecto de los historiadores es, básicamente, un proyecto representacional en el cual, como en la analítica filosófica de Wittgenstein, todo es dejado como era. Nada es cambiado en el pasado porque el pasado es pasado; pero nada es cambiado en el presente tampoco, en cuanto la historia como tal –es decir, como una forma de saber-- no modifica las relaciones existentes de dominación y subordinación. De alguna manera, todo lo contrario: la acumulación de conocimiento histórico como capital cultural por parte de la universidad y los centros de saber, profundiza las subalternidades ya existentes. Paradójicamente entonces, tendría que producirse un momento en el cual el subalterno se disponga contra los estudios subalternos, de la misma manera en que, según Guha, el subalterno se dispone contra los símbolos de la autoridad cultural-religiosa feudal en las insurrecciones campesinas.
Dipesh Chakrabarty pregunta en su ensayo “Postcolonialidad y el artificio de la historia” ¿Cómo es que los intelectuales postcoloniales pueden tomar, sin problemas, el discurso de la historia cuando la historia, en sus formas colonial, nacionalista e incluso marxista, está profundamente implicada en la producción de subalternidades coloniales y postcoloniales? . Chakrabarty plantea la posibilidad/imposibilidad de otra historia que encarnaría lo que él llama la “política de la desesperación” del subalterno: “una historia que deliberadamente hace visible, dentro de la misma estructura de sus formas narrativas y de sus propias estrategias y prácticas represivas su colusión con las narrativas de la ciudadanía, para asimilar al proyecto del estado moderno todas las otras posibilidades de solidaridad humana” . Pero la “imposibilidad” de esa historia antimoderna es a la vez interior a los estudios subalternos mismos como un proyecto académico, porque “la globalidad de la academia no es independiente de la globalidad que la modernidad europea ha creado”. Chakrabarty concluye: “El sujeto antihistórico, antimoderno, por lo tanto, no puede hablar de sí mismo como 'teoría' dentro de los procedimientos de saber de la universidad, aun cuando estos procedimientos de saber reconozcan y 'documenten' su existencia” .
Extendiendo el argumento de Chakrabarty, podríamos insistir en una pregunta anterior: si es que la educación “superior” –la academia- en sí misma produce y reproduce la relación dominante/subalterno (porque si es superior debe haber otra educación inferior), ¿cómo ésta puede ser un lugar donde el subalterno adquiera hegemonía? Esta pregunta obligaría a los historiadores disciplinarios a confrontar, junto con Chakrabarty, la forma en la cual el discurso de la historia está implicado en la construcción de la ideología, de la autoridad cultural, del Estado y de la modernidad “occidental”. Sin embargo, esto sería admitir que la escritura de la historia no tiene que ver con el pasado, sino con el presente.
Estos comentarios sirven para introducir una consideración del libro Peasant and Nation (Campesino y nación) de Florencia Mallon, quizá el más explícito y sostenido intento de aplicar el modelo de los estudios subalternos a la historia latinoamericana . Mallon está preocupada con las formas en las cuales el imaginario jacobino de la revolución nacional-democrática es transferido al espacio postcolonial de Perú y México en el siglo XIX. En el proceso de adaptar este imaginario a sus propios objetivos y valores culturales, Mallon quiere mostrar como, “los subalternos... ayudaron a definir los contornos de lo que fue posible en la construcción de los Estados-Nación”. Comprende el Estado en forma gramsciana como “una serie descentralizada de lugares de lucha a través de los cuales la hegemonía es tanto contestada como reproducida” .
“Desde el comienzo”, Mallon argumenta, “la combinación histórica de democracia y nacionalismo con colonialismo creó una contradicción básica en el discurso nacional democrático [en América Latina]. Por un lado, la promesa universal del discurso identificó la autonomía potencial, la dignidad y la igualdad de todos los pueblos, y del pueblo, en el mundo. Por otro lado, en la práctica grupos enteros de población fueron impedidos de acceder a la ciudadanía y a la libertad de acuerdo a un criterio eurocéntrico excluyente de clase y género” ¿Cómo entonces recuperar los proyectos y las voces de los excluidos? El punto de partida de Mallon es una noción de “hegemonía comunal” , basado sobre el parentesco y la autoridad generacional (principalmente patriarcal), y formas colectivas o semicolectivas de propiedad de los grupos indígenas. Ella delinea con considerable detalle las intersecciones entre esta “hegemonía comunal”, la actividad de lo que ella llama “intelectuales locales”, los intereses y coaliciones regionales, la maquinaria constitucional y represiva del nuevo Estado-nación en formación, y las resultantes contradicciones y negociaciones de género, clase y etnicidad dentro y entre cada una de estas esferas. Estas intersecciones revelan en sus líneas de fractura o juntura “nacionalismos alternativos” que “ayudaron a producir el tipo de Estado-nacion con el que México y Perú llegaron al periodo contemporáneo” . Diferencias coyunturales llevan a un relativamente más autoritario Estado en Perú, y a uno relativamente más democrático-popular en México .
Para hacer este tipo de historia se requiere, nos dice Mallon, recuperar las “voces locales” contra las presiones por omitirlas o ignorarlas a favor de una narrativa histórica más sintética de la emergente unidad de la nación. Pero tal narrativa tiene un costo demasiado alto: “Simplificando la política local y las prácticas discursivas se niega la dignidad, agencia y la complejidad de la gente rural y se facilitan los tipos de 'construcción del otro' dualistas y raciales, a las que esa gente está aún sujeta. Cuando pretendemos que la historia oral, los rituales y la política comunal no son arenas de argumentación donde el poder se combate y se consolida, nosotros sumergimos las voces disidentes y ayudamos a reproducir la falsa imagen de un paraíso rural (o de idiotez) que ha sido repetidamente invocado, tanto en la derecha como en la izquierda, para explicar porqué los intelectuales y políticos urbanos saben lo que es mejor para este inocente, ignorante o ingenuo habitante rural” .
Dos implicaciones metodológicas –que parecen coincidir con el proyecto de Guha (aunque Mallon lo menciona sólo de paso)- se siguen de esto: (1) la noción de nacionalismo alternativo “debe afectar las formas en que nosotros re-escribimos el pasado en la actualidad”, entre otras cosas, por devolverle a las comunidades rurales un sujeto-de-la-historia capaz de producir su propia comunidad nacional imaginada ; y (2) el hecho de que “la historia desde una perspectiva subalterna debe también tomar seriamente la historia intelectual de la acción campesina [lo cual] implica romper con la división artificial entre el analista como intelectual y el campesino como sujeto –es decir, comprender el análisis como un diálogo entre intelectuales” .
Mallon escribe en Peasant and Nation, sobre la necesidad de “desenterrar los tesoros de la imaginación popular” . La metáfora es quizá simplemente desafortunada, en la medida en que la mayoría de las metáforas lo son; pero también podría ser evidencia de un punto ciego en su proyecto. A pesar de su reclamo acerca de que la historia subalterna requiere “negociaciones” entre intelectuales –es decir, entre historiadores profesionales como ella misma y los intelectuales orgánicos de las comunidades que ella estudia- Peasant and Nation no es, visiblemente, el producto de tales negociaciones. Mallon raramente abandona el rol de narradora omnisciente. Para representar la narración histórica misma como un “diálogo” se habría requerido una muy distinta forma de narrativa o narración, en la cual la escritura de la historiadora (Mallon) estuviera “interrumpida” por otras formas de narrativa oral o escrita y otras teleologías de prácticas intelectuales –aquellas de los “intelectuales locales” .
Lo que hace Mallon en Peasant and Nation, en cambio, es escribir en efecto la biografía del Estado-nación, mostrando en esa narrativa formas de agencia subalterna que otros recuentos –la propia historia oficial del Estado- pudieron haber ignorado. Pero esto es dejar el marco de la nación, y la inevitabilidad de su presente (y también la autoridad de la historia y de la misma Mallon como historiadora) intacta. En cierto sentido, Peasant and Nation resuelve la dualidad entre lo que Chakrabarty llama la “radical heterogeneidad” del subalterno y el “monismo” de la narración oficial del Estado-Nación y la modernidad, en la medida en que demuestra que los campesinos y los habitantes rurales tuvieron realmente un rol en la formación del Estado en México y Perú en el siglo XIX, que ellos no actuaron sólo pasiva o negativamente respecto al Estado y sus agentes. Pero, para usar una figura lacaniana, esto “sutura” un vacío a la vez conceptual y social que de alguna manera podría ser mejor dejar abierto. Peasant and Nation, entonces, omite precisamente lo que quiere hacer visible: la dinámica de Negación en la agencia subalterna.
En parte el problema se debe a que Mallon mantiene una forma narrativa diacrónica –esto es, un sentido de la historia como desarrollo, maduración, “despliegue”. Por contraste, Guha está preocupado con la manera en que una insurrección campesina “interrumpe” la narrativa de la formación del Estado. Por ello, él rompe con lo diacrónico en su propia representación de estas insurgencias, tratando, en cambio, de captar sus “aspectos elementales” –es decir, sus modalidades estructurales. La intransigencia y resistencia campesina puede y contribuye a los complejos ajustes, negociaciones y mediaciones que moldean históricamente al Estado, porque el Estado debe modificar sus estrategias y formas de relacionarse con el subalterno . Pero, al hacer el corte sincrónico –la temporalidad en Elementary Aspects es similar a lo que Walter Benjamin llamó Jetztzeit (el tiempo-ahora)- Guha es capaz de preservar, en la representación de esas insurgencias, las posibilidades contenidas en ellas mismas de otro Estado y de otra manera de relacionarnos con el tiempo o de ser, que no está sujeta a una representación futurista, a una narrativa teleológica del desarrollo.
Mallon critica el enfoque del Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos por estar demasiado centrado en la idea de desconstrucción textual. Pero, ella quizá se podría haber beneficiado de haber releído y –quizá- reelaborado su propio texto desconstructivamente. El problema con su deseo de acceder a las “voces locales” no es tanto, como Spivak diría, el fonocentrismo –la identificación de la verdad con la presencia o voz del subalterno, como en la narrativa testimonial. El problema está, en cambio, en el simple hecho de que la voz (y la escritura) del subalterno sencillamente no está presente como tal en su narrativa. Está sólo la voz de Mallon y su escritura (las historias alternativas de fundación por los intelectuales locales que ella refiere en su texto, están parafraseadas o re-narradas).
Chakrabarty advierte que la historiografía de los estudios subalternos difiere de la “historia desde abajo” en tres principales áreas: “(a) una relativa separación entre la historia del poder, y de cualquier historia universalista del capital, (b) una crítica de la forma nación, y (c) una interrogación de la relación entre saber y poder (y por ello del archivo mismo y la historia como una forma de saber)” . Se podría concluir que Mallon incorpora las primeras dos de estas áreas, pero no la tercera. El subalterno está siempre, en algún sentido, ahí afuera para ella, en “el fango del trabajo de campo” y “en el polvo de los archivos”. A pesar de su apelación a un diálogo entre intelectuales de diferente tipo y locación social, ella aún ve la historia a la luz de un modelo positivista de escolaridad y objetividad, que la deja a ella al centro del acto de conocer y representar. En vez de estudiar cómo los campesinos peruanos o mexicanos estaban o no estaban envueltos en la formación del Estado, Mallon podría haber interrogado como historiadora, la relación entre el archivo, la “ciudad letrada”, la historia escrita y la formación del Estado en México y Perú en el siglo XIX. Pero, si Foucault y Gramsci –las dos figuras que ella erige contra Derrida y la deconstrucción- nos enseñan alguna cosa, esto es que lo que nosotros hacemos está implicado de una u otra forma en las relaciones sociales de dominación y subordinación. ¿Cómo podría ser distinto? ¿Cómo podrían instituciones tan poderosas como la universidad y la disciplina de la historia, no estar implicadas en el poder?
¿A qué intereses, finalmente, responde la inmensa labor de investigación y narrativización que Peasant and Nation implicó en su realización? Mallon estaría de acuerdo con Chakrabarty en que los estudios subalternos son un proyecto dentro de la universidad. En otras palabras, no se trata de un proyecto Narodniki (los Narodniky fueron los populistas rusos quienes en los 1880s dijeron, como los Zapatistas hoy: “Nosotros tenemos que ir al pueblo, al narod”, y entonces abandonaron todas su preconcepciones –universidad, profesiones, vida familiar de clase media- y fueron a las comunidades campesinas y trataron de organizarse allí). No estoy tratando de decir “deja lo que estas haciendo y anda a trabajar con los grupos comunitarios en la India o con el movimiento indígena en Guatemala o las víctimas del SIDA”. Pero ¿no tenemos que admitir, en algún momento, que hay un límite a lo que nosotros podemos o debemos hacer en relación con el subalterno, un límite que no es sólo epistemológico sino que también ético? Un límite constituido por el lugar de historiadores como Mallon o de críticos literarios como yo en una posición que no es la del subalterno. El subalterno es algo que está al otro lado de esta posición.
Asumir como conmensurables el proyecto de representar al subalterno desde la academia y el proyecto de auto-representación del subalterno mismo es, simplemente, eso: una asunción. En verdad, sería más correcto decir que estos son proyectos diferentes, incluso antagónicos. Creo que la universidad debe “servir al pueblo”; para ese fin, ésta debe ser más accesible, democratizada, ofrecer más posibilidades de asistencia. Pero estas medidas en sí mismas no resuelven la brecha entre nuestra posición en la academia y el mundo del subalterno. Aún no resuelven la brecha entre las privilegiadas, poderosas y, frecuentemente, privadas universidades que, en general, han devenido el hogar de los estudios subalternos en los Estados Unidos y, las desprestigiadas y pobremente financiadas universidades públicas, de ese país, o entre la universidad “metropolitana” como tal –sitio de los “area-studies”- y las universidades latinoamericanas.
Por esto prefiero enfatizar el aspecto “negativo” o crítico del proyecto de los estudios subalternos aquí: su interés en registrar dónde fracasa el poder de la universidad y de las disciplinas en representar al subalterno. A veces pienso los estudios subalternos como una versión secular de la “opción preferencial por los pobres” de la teología de la liberación; comparte con la teología de la liberación una metodología esencial de lo que el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez llama “escuchar al pobre” . Como la teología de la liberación, los estudios subalternos implican no sólo una nueva forma de concebir o hablar sobre los subalternos, sino también la posibilidad de construir relaciones de solidaridad entre nosotros y las prácticas sociales que nosotros usamos como nuestro objeto de estudio. En un famoso pasaje, Richard Rorty distingue lo que él llama “el deseo por solidaridad” y “el deseo por objetividad”:

Hay dos formas principales en que los seres humanos reflexivos tratan, al poner sus vidas en un contexto más amplio, de dar sentido a esas vidas. La primera es contando historias acerca de su contribución a la comunidad. Esta comunidad puede ser la comunidad histórica real en la que ellos viven, o una totalmente imaginaria, constituida quizá de una docena de héroes y heroínas seleccionados desde la historia o la ficción, o ambas. La segunda es describiéndose como estando en una relación inmediata con una realidad no humana. Esta relación es inmediata en el sentido en que no deriva de una relación entre tal realidad y su tribu, o su nación, o su banda imaginada de camaradas. Yo diré que las historias del primer tipo ejemplifican el deseo por solidaridad, y las historias del segundo tipo ejemplifican el deseo por objetividad .

Lo mejor de los estudios subalternos, creo, es que estos están impregnados por lo que Rorty llama “el deseo por solidaridad”; el proyecto de Mallon en Peasant and Nation, por contraste, parece estar impregnado por “el deseo por objetividad”.
Sin embargo, el deseo por solidaridad debe comenzar con lo que Gutiérrez llama una “amistad concreta con el pobre”: no puede ser simplemente un asunto de tener una “conversación con” (según el concepto del mismo Rorty), o romantizar o idealizar al subalterno. En este sentido, Mallon podría tener razón sobre los límites de la “textualidad” y las virtudes del trabajo de campo. Más aún, haciendo la transición desde la “objetividad” a la “solidaridad”, no podemos simplemente despachar la cuestión de la representación, con el pretexto de que ahora estamos permitiendo al subalterno “hablar por sí mismo”. Y hay una forma en la cual la política -¿necesariamente?- liberal que el enfoque de Rorty da a la idea de solidaridad puede también ser, como la consigna de los '60 decía, parte del problema más que parte de la solución, porque éste asume que la “conversación” es posible a pesar de las diferencias de poder y riqueza que dividen y, diferencian radicalmente, a los participantes .
La solidaridad basada sobre la asunción de la igualdad y reciprocidad no significa que las contradicciones sean superadas en el nombre de una noción heurística de fusión o identificación con el subalterno: la observación de Foucault sobre la vergüenza de “hablar por otros” es pertinente aquí. Como la pequeña historia de Lacan al comienzo de este ensayo, el acto de “contestar” del subalterno necesariamente perturba –a veces con displacer- nuestro propio discurso de benevolencia ética y privilegio epistemológico, especialmente en aquellos momentos en que ese discurso reivindica “hablar por los otros”. Gutiérrez concluye que las consecuencias de una opción preferencial por los pobres para el intelectual están simbolizadas por la estructura de una curva asintótica: podemos aproximarnos en nuestro trabajo, y práctica política, cada vez más al mundo de los subalternos, pero no podemos nunca, realmente, fusionarnos con ese mundo, aún cuando, como los narodniki, nosotros nos dispusiéramos a “ir al pueblo”.
Se nos pregunta cómo nosotros, que estamos, en general, en las mayores universidades en investigación en los Estados Unidos y pertenecemos socialmente a la clase media o clase media alta profesional, podemos reivindicar representar al subalterno. Pero nosotros no reivindicamos representar (“trazar un mapa cognitivo”, “dejar hablar”, “hablar por”, “excavar”) al subalterno. Los estudios subalternos tratan, en cambio, cómo el saber que nosotros producimos e impartimos como académicos está estructurado por la ausencia, dificultad o imposibilidad de representación del subalterno. Esto es reconocer, sin embargo, la inadecuación fundamental de ese saber y de las instituciones que lo contienen y, por lo tanto, la necesidad por un cambio radical en la dirección de un más democrático e igualitario orden social.

La ciudad Latinoamericana S.A. o el asalto al espacio público*

(AMÉRICA LATINA - CIUDAD LATINOAMERICANA - GLOBALIZACIÓN - CULTURA - ESPACIO - ESPACIO PÚBLICO - ESPACIOS "LLENOS"/ESPACIOS "VACÍOS" -)

Gustavo Remedi
Reflexionar sobre el espacio público obliga a pensar el espacio como recurso, como producto y como práctica (sensual, social, política, simbólica)

En el último cuarto de siglo venimos presenciando una paulatina transformación de las ciudades latinoamericanas y sus espacios como resultado de una serie de fenómenos sociales, culturales y tecnológicos nuevos. Si tenemos en cuenta la relación entre la modernidad, la cultura urbana, el surgimiento de la esfera pública y el ejercicio de la ciudadanía, está claro que tales transformaciones sientan las bases de una nueva forma de organización social, de un nuevo modelo cultural, que unos llaman la postmodernidad, otros la globalización y otros, simplemente, la cultura tardo-capitalista o neoliberal.

De entre todas estas transformaciones quizás la más notable, dramática y emblemática sea la modificación sustancial del espacio social a causa de la apropiación del espacio público a manos privadas, y que aquí se intenta evocar mediante la imagen del "asalto al espacio público". ¿En qué consiste dicho "asalto"? ¿Qué nuevos espacios han venido a ocupar el lugar del espacio público? ¿Cuáles son las nuevas agencias y fuerzas sociales (tanto nacionales como extranjeras) que han pasado a gobernar el espacio social y cultural? ¿Cómo ha afectado esto la vida cotidiana, las relaciones sociales, la cultura, la política, las tecnologías del cuerpo, el imaginario social?

Reflexionar sobre el espacio público obliga a pensar el espacio como recurso, como producto y como práctica (sensual, social, política, simbólica). La apropiación y utilización particular del espacio (tanto a nivel material como simbólico) así como la transformación de los espacios existentes y la producción de espacialidades inéditas, en correspondencia con distintos proyectos culturales "emergentes" y en pugna.

Para pensar el espacio público los arquitectos suelen representar la ciudad como un fondo negro (espacios llenos) con figuras blancas sobre fondo negro (espacios públicos excavados en la trama urbana). Aumentando el grado de detalle, luego descubrimos que en los espacios "llenos" también hay algunos "vacíos" (vestíbulos, corredores, patios) en los que tienen lugar contactos y encuentros sociales; y que en los espacios abiertos también hay objetos o figuras negras (cafés al aire libre, quioscos, monumentos).
Pensado en esos términos, el asalto al espacio público supone una alteración fundamental de las proporciones y la relación entre figura y fondo, llenos y vacíos, en sus usos y significados, en sus texturas y equipamientos, con el consiguiente surgimiento de una espacialidad invertida, deshumanizada, parcialmente descorporeizada, compleja, engañosa, y por cierto, irreductible a una representación geométrica simple.

En efecto, cuanto más lo pensamos descubrimos que hay espacios "vacíos" (estacionamientos, lugares públicos abandonados, grandes espacios abiertos, avenidas) que en realidad son inservibles como espacios públicos; espacios "llenos" que en realidad son públicos y albergan relaciones sociales (bibliotecas, teatros públicos, salas de exposiciones); y otros en apariencia públicos (cines, ómnibus, templos religiosos, centros de enseñanza privada, shoppings), donde se congrega o se forma el público, pero que en realidad no son verdaderamente públicos.

Una conceptualización más precisa todavía, capaz de captar el tipo de transformaciones sutiles que están ocurriendo hoy en día, debería, así mismo, dar cuenta de una serie de espacios "mixtos", "intermedios", "de contacto" y "de paso" (la ventana, el club, la escuela, el ómnibus, la parada del ómnibus, el walkman, el computador, el televisor en medio del living) cuyo análisis formal y de los modos reales de uso resultan vitales a la hora de sacar conclusiones.

Un caso singularmente peculiar y problemático es "la casa", que a pesar de ser una esfera eminentemente privada, primero, la sociedad la atraviesa de muchas maneras; segundo, es escenario de un conjunto de eventos sociales; y tercero, por otros medios (el periódico, la radio, la televisión, el casetero, la computadora), surge en su interior otra especie de espacio público.

En este sentido quizás haya que preguntarse ¿cuáles son las implicaciones de este traslado de lo público a lo privado? ¿qué nuevos agentes intervienen y regulan las relaciones sociales trasladadas al terreno "privado"?

Porque, en definitiva, lo más preocupante respecto al "asalto a lo público" no es tanto la apropiación personal de lo público (lo cual sería una forma de democratización) sino el vaciamiento y deterioro del espacio social, la desaparición de un conjunto de formas que favorecían el relacionamiento social y la vida democrática, y su contracara, el modo en que un conjunto de grandes corporaciones transnacionales ha ido apropiándose de los espacios sociales y culturales, y ha pasado a hegemonizar práctica y simbólicamente la formación del público y de la opinión pública.

Ahora bien, uno de los riesgos de todo análisis formal es el reduccionismo y el determinismo formal (suponer que una forma por sí sola, automáticamente, impide o conduce a determinados usos y significaciones) a expensas de un análisis del uso del espacio, de las prácticas espaciales concretas y de la producción de sentido a partir de experiencias particulares; una forma apropiada es necesaria pero no es suficiente. Un fenómeno político, social, económico o cultural puede perfectamente sobredeterminar todo tipo de condicionante formal. Sin embargo, el riesgo de signo opuesto es pensar que cualquier forma sirve a cualquier función. Es difícil imaginar ciertas prácticas (cotidianas, sociales, productivas, recreativas) independientemente de determinadas formas, más apropiadas que otras, para hacer posibles ciertos usos y significaciones.

En este sentido, "el asalto del espacio público" se traduce en el desplazamiento de espacios y prácticas espaciales que favorecen las relaciones sociales y el crecimiento de una esfera pública sana (libre, sofisticada, inclusiva) y el aumento de espacios inservibles y formas hostiles, que distorsionan, inhiben y obstaculizan su desarrollo.


Los procesos y componentes fundamentales del nuevo modelo cultural emergente lo constituyen:

(I) el agravamiento de la desigualdad, la marginalidad y la polarización espacial

(II) el impacto de la marginalidad sobre la ciudad

(III) la tendencia a la fractura urbana

(IV) la militarización del espacio público o "intersticial"

(V) la inyección de "intervenciones supermodernas" sobre la ciudad
(VI) la suburbanización como forma de escape y como otra forma de "modernización disfrazada"
(VII) el impacto del auto y las "vías de circulación rápida"
(VII) la consolidación del "barrio-mundo" y de la "casa-mundo", reforzados, respectivamente, por una concepción clasista e individualista del mundo
(IX) el vaciamiento, abandono y deterioro de la infraestructura y los espacios públicos tradicionales
(X) la emergencia de "seudo-espacios públicos" en detrimento de espacios públicos reales (supermercados, templos religiosos, shoppings, etc.),

(XI) la concentración de un conjunto de actividades sociales y culturales en locales especializados y "purificados"
(Xii) la formación de nuevas zonas especializadas (de residencia, producción, consumo, recreación)
(Xiii) el impacto de los medios masivos de comunicación y los espacios sociales virtuales
(Xiv) el desplazamiento de las relaciones sociales y personales "cara a cara" por relaciones virtuales y representaciones opacas, ocultando todavía más que antes las relaciones de producción y dando pie a la emergencia de una nueva serie de actores e instituciones mediadoras
(XV) la tendencia a la concentración de la propiedad y control de los flujos y espacios virtuales principales (televisión, computadora)
(XVI) el papel que han venido asumiendo un puñado de grandes grupos económicos en la industria cultural en general (en la educación, en la industria del libro o del disco, en el deporte, en la financiación del arte, en el turismo, en el transporte)
(XVII) en suma, la apropiación de la esfera pública por parte de poderosas corporaciones, tanto nacionales como transnacionales
(XVIII) la reorganización real y simbólica de los espacios de la ciudad, como resultado de una manera diferente de vivirla, de relacionarse, y de pensarla
(XIX) la emergencia de una nueva estética (o forma de relacionarse con el mundo) y de hecho, de una nueva tecnología del cuerpo.

ELITIZACIÓN: PROPUESTA EN ESPAÑOL PARA EL TÉRMINO GENTRIFICACIÓN

Luz Marina García Herrera
Departamento de Geografía.
Universidad de La Laguna (Tenerife).
E-mail: lmgarcia@ull.es
________________________________________
Palabras clave: gentrificación/ transformaciones urbanas/ neologismos
Key words: gentrification/ urban transformations/ neologisms
________________________________________
Durante las tres últimas décadas del siglo XX las ciudades del mundo desarrollado han experimentado un creciente proceso de transformación de determinados sectores de sus áreas centrales provocando su revitalización funcional y el cambio en la composición social de sus habitantes. Esa transformación ha afectado, en gran medida, a los barrios populares de antigua formación y con un importante deterioro de sus edificaciones, mediante intervenciones dirigidas tanto a la rehabilitación como a la construcción de nuevos edificios.
Para denominar este proceso se aplica, en el ámbito anglosajón, el término gentrification existiendo unanimidad en atribuir su autoría a la socióloga británica Ruth Glass (1964) en su trabajo sobre los cambios experimentados en Londres ( Hannigan 1995).
Glass describía así el proceso: "Uno a uno, muchos de los barrios obreros de Londres han sido invadidos por las clases medias. Míseros, modestos pasajes y cottages –dos habitaciones en la planta alta y dos en la baja- han sido adquiridos, una vez que sus contratos de arrendamiento han expirado, y se han convertido en residencias elegantes y caras. Las casas victorianas más amplias, degradadas en un período anterior o reciente –que fueron usadas como casas de huéspedes o bien en régimen de ocupación múltiple- han sido mejoradas de nuevo. Una vez que este proceso de "gentrification" comienza en un distrito continúa rápidamente hasta que todos o la mayoría de los originales inquilinos obreros son desalojados y el carácter social del distrito se transforma totalmente." (en Smith, 1996, p. 33)
Este uso inicial del término se utilizó, por tanto, para caracterizar el traslado de grupos de clase media a los barrios populares londinenses en los que realizaba la rehabilitación, tanto de las viviendas de clase trabajadora como de las abandonadas (Hannigan 1995:173).
Algunos años más tarde, Castells utilizó la expresión "reconquista urbana" para referirse a las operaciones de rehabilitación y renovación, emprendidas entre 1955-1970, en numerosos barrios de París (Sargatal, 2000). De manera certera planteó que era "más el cambio de la ocupación social del espacio" que la mejora de la vivienda lo que dirigía las actuaciones renovadoras, identificando, asimismo, otros rasgos como la posición céntrica y la paralela transformación funcional de los barrios afectados. Estas intervenciones acentuaban la segregación residencial aumentando la presencia de los estratos superiores en la ciudad mientras las clases populares eran expulsadas hacia la periferia. La interpretación de este autor se centró en el papel predominante del Estado (Castells, 1974, p. 363-372).
La investigación empírica posterior fue señalando que el fenómeno era mucho más amplio, mientras la elaboración teórica, con claras implicaciones políticas, destacó diferentes elementos causales. Por tanto, los estudios sobre la gentrification se caracterizaron, en esta primera fase, por su contenido empírico y estaban dirigidos a identificar las áreas de cambio, a valorar su importancia espacial y a caracterizar a los nuevos habitantes. Las elaboraciones teóricas y causales no abundaron hasta finales de los años setenta (Smith y Williams, 1986, p. 2)
En paralelo a este desarrollo tanto empírico como teórico, la propia definición de gentrification adquirió nuevos alcances al relacionarse tales procesos con una reorganización profunda de la ciudad de naturaleza económica, social y espacial; dentro de tal reorganización la rehabilitación de viviendas era solo una más de sus manifestaciones.
Smith y Williams (1986, p. 3) ya señalaban su vinculación integral con la regeneración de los frentes marítimos urbanos para usos recreativos y comerciales, con el declive de las instalaciones industriales en zonas céntricas, con la aparición en el centro urbano de hoteles, centros de congresos y complejos de oficinas, así como el incremento de modernos distritos comerciales y de restaurantes de moda.
En cuanto a la interpretación teórica, se produjo una intensa polémica entre una perspectiva que explicaba la gentrification por un cambio en las preferencias de consumo del individuo situando, por tanto, en primer plano la demanda; y otro enfoque que primaba el papel de los agentes institucionales (Estado, instituciones financieras) en estimular la oferta inmobiliaria y el desalojo de los residentes en aquellas áreas donde la desinversión había producido oportunidades para obtener elevadas rentas. A esta confrontación inicial le siguió un debate que, aún manteniendo diferentes énfasis causales, ponderaba tanto el papel de la demanda como el de la oferta. Desde mediados de los ochenta, aunque ambas posiciones mantienen firmes divergencias, se reconoce la necesidad de enfoques más integrados superando visiones estrechas acerca de la relevancia de los factores económicos y culturales; al tiempo que los planteamientos posmodernos desplazan la confrontación hacia el papel de la cultura y la participación activa de las nuevas clases medias (Smith, 1996, p. 42-43).
Smith (1996) considera la gentrification como parte de lo que denomina el urbanismo revanchista de fin de siglo, orientado a una recuperación de la ciudad por las clases altas anglosajonas; o lo que es lo mismo, una reconstrucción clasista del paisaje del centro urbano. En un artículo reciente sobre el fenómeno de desinversión que ha alcanzado ya a los suburbios más antiguos —como ocurrió anteriormente en las áreas centrales—, admite cierta veracidad a la explicación neoclásica fundamentada en la elección y la demanda en el mercado del suelo, pero se argumenta la necesidad de ir más allá de los procesos visibles; de rastrear la circulación del capital que no siempre se manifiesta de forma inmediata en cambios materiales -—por ejemplo las decisiones financieras que obstaculizan la inversión en una zona— y, sin embargo, es fundamental para cualquier explicación sobre los cambios que experimentan los barrios (Smith, Caris y Wyly, 2001).
Para otros autores el contenido del término, en cambio, está relacionado sobre todo con las oportunidades de consumo, el estilo de vida o la actitud pionera de las clases medias. Zukin desarrolló en sus primeros trabajos la interacción entre la dimensión cultural y los factores económicos. En estudios posteriores sostiene que el consumo ha dejado de ser una categoría residual y las ciudades deben entenderse como paisajes de consumo en los que adquiere una importancia creciente la economía simbólica, fundamentada en la producción cultural. Este nuevo escenario ha alterado el papel de los estilos de vida que, en lugar de ser un resultado de la economía urbana, se han convertido también en su materia prima debido al marketing de las ciudades como lugares de diversidad cultural ( Zukin, 1998).
Mullins (1999), examinando la relación entre el lugar de residencia y los lugares de consumo en la ciudad de Brisbane (Australia), proporciona evidencia empírica de la estrecha vinculación entre las áreas elitizadas y la concentración abrumadora de los espacios de consumo en dichos barrios.
Los términos en lengua española para denominar la gentrification. Una propuesta alternativa: elitización
En español se han usado distintas expresiones para denominar el fenómeno tales como "recualificación social", "aburguesamiento", "aristocratización", "gentrificación" y "elitización residencial".
Desde nuestro punto de vista el término de "recualificación social" lleva inherente una valoración negativa respecto a los grupos sociales preestablecidos en el área, puesto que de algún modo su presencia la ha descualificado, o incluso estigmatizado. Refleja, según London y Palen , un etnocentrismo de clase media (en Hannigan, 1995, p. 174).
Por otra parte, el vocablo "aburguesamiento" —ya utilizado para denominar la renovación parisina por el prefecto Haussmann (en Smith, 1996, p. 34)— resulta demasiado impreciso.
Una expresión menos frecuente en España, aunque con un uso más extendido en el ámbito latinoamericano, es la de "aristocratización" (Hardoy, 1992, p. 211). Si bien en sentido literal expresa mejor que las anteriores la esencia de la gentry, resulta demasiado restrictiva en tanto es evidente que no son miembros de la aristocracia quienes protagonizan el fenómeno. En este sentido, el mismo problema presenta el término inglés gentrification que, como se ha señalado, no corresponde con los grupos sociales medios (Smith, 1996, p. 33). Los resultados de la mayor parte de las investigaciones sobre gentrification establecen que los nuevos habitantes pertenecen a nuevas fracciones de clase media y media-alta, vinculadas a sectores de actividad en expansión, con ingresos elevados que les permiten acceder a las viviendas caras. No obstante la composición social apunta también la presencia de grupos con otras señas de identidad como son los artistas, homosexuales y hogares monoparentales; grupos que por su capital social y cultural pueden participar de ese estilo de vida. El papel de los artistas es complejo debido a la intervención de la administración que, en ocasiones, ha fomentado y utilizado su presencia como forma de atraer a otros grupos más adinerados. En una línea formal, Trujeque Díaz (2000, p. 4) se manifiesta incómodo con dicha traducción: "el fenómeno que en los noventa se conoce en inglés como «gentrification» o (traducido a un no muy elegante castellano) «aristocratización» de los centros urbanos"
A finales de los años noventa empieza a utilizarse el giro "gentrificación", en español, en numerosas publicaciones de diferente naturaleza, convirtiéndose en el vocablo más usado y de más difusión. En España, el primer estudio, que conozcamos, que usó el término fue el trabajo de Vázquez Varela (1996). Partiendo de un campo muy amplio como es la segregación social en todos sus aspectos, esta autora se centra en la exposición de los diferentes cuerpos teóricos que, desde diversas disciplinas y escuelas, han analizado el fenómeno de la gentrification, así como las posibilidades de su desarrollo en los países de Europa oriental. De especial interés resulta su presentación sobre la evolución de los estudios en Alemania y sus principales aportaciones.
Su análisis de la segregación en el distrito Centro de Madrid le lleva a valorar la insuficiencia de los argumentos basados en los cambios en las pautas de consumo y cultura de una nueva élite urbana y a confluir con las posiciones que preconizan la relevancia de los procesos de inversión-desinversión, el desajuste de renta (rent gap), y los cambios de estrategia del capital inmobiliario (oferta de nuevas tipologías residenciales) que han conducido a una progresiva pérdida de peso de las clases medias tradicionales y a una tendencia hacia pautas de dualización social (Camarero 1997).
Trabajos y traducciones recientes (Sargatal, 2000; Amendola, 2000, p. 29) han adoptado ese término. El mismo Diccionario de geografía urbana, urbanismo y ordenación del territorio (2000, p. 174) incluye la voz gentrificación definiéndola como un "anglicismo que designa la reocupación de algunos centros urbanos por las clases más pudientes (gentry) después de su rehabilitación urbanística y arquitectónica".
Monreal en su libro Antropología y pobreza urbana, utiliza la expresión "elitización residencial" definiéndola como "la penetración del capital comercial y de servicios o profesionales de clases medias en espacios urbanos antes ocupados residencialmente por comunidades de sectores populares" (1996, p. 65). Entre sus efectos señala el desalojo de la población pobre, la eliminación del pequeño comercio, y la desestructuración de las comunidades populares. Por otra parte, alude a los precedentes del actual fenómeno de gentrification: la lectura de los estudios de la Escuela de Chicago revela que existía "la penetración del comercio, mediante la especulación, en espacios previamente ocupados por viviendas pobres hasta transformarlos en una zona comercial de "alto standing" (1996, p. 23).
Ante la ausencia de un término español consensuado y las objeciones señaladas a los que se han venido utilizando, convendría acuñar una expresión — quizás aún imprecisa— pero que recoja la cualidad esencial del fenómeno. En lugar de introducir el neologismo de gentrificación, proponemos, siguiendo la línea de Monreal, la adopción del término elitización (1) .
Consideramos que este vocablo recoge la esencia de clase inherente al proceso, a la vez que permite la inclusión de los segmentos medio-altos que son una parte muy importante del mismo.
La noción de elite alude al protagonismo de un grupo específico, privilegiado, con capacidad de influencia social, de liderazgo y de influir en la toma de decisiones. Los miembros de la elite, como expuso hace ya tiempo en su estudio clásico Pareto, participan de todas o de alguna de las siguientes cualidades: importante nivel de riqueza, pertenencia a ciertas familias relevantes y/o buenas conexiones sociales (1979, p. 273-279). Una aproximación más actual es la que presenta Bourdieu (1988) al señalar que las clases altas poseen una compleja combinación de capital económico (poder adquisitivo y patrimonio), capital cultural (competencias, expertise, gusto) y capital social (relaciones interpersonales, grupo de pertenencia y posibilidad de ser aceptados) (en Amendola, 2000, p. 124).
El mismo Bourdieu (1988, p. 69) destaca la importancia del capital cultural "heredado" que funciona como un anticipo o ventaja inicial para los grupos privilegiados, a lo que se añade que los mecanismos de distribución del capital cultural tienden a reproducir las estructuras sociales (en Mullins, 1999:69). La posesión, por las clases altas, de lo antiguo expresa un poder social sobre el tiempo (Bourdieu, 1988:70). Asimismo, para estos grupos privilegiados, la propia relación con el espacio es un factor de diferenciación social (Amendola, 2000:124); estas elites disponen de suficiente capital económico y cultural para producir o modificar espacios a los que incorporan una identidad social excluyente. También la nueva clase media busca un entorno donde expresar su estilo y gusto distintivo de clase. De ahí la conversión de los barrios populares y viejas zonas industriales en objeto estéticamente relevante para los mismos.
Por su parte Harvey indica que los promotores inmobiliarios no han tardado en incorporar los criterios de gusto y exclusividad (urbanizaciones exclusivas, de lujo, de marca,..) potenciando la producción y el consumo del "capital simbólico". La estética funciona, pues, como un fetiche para despolitizar las relaciones de clase que se disuelven en gustos y estilos de vida (Harvey, 1989).

Notas
(1) Este es el término ue hemos utilizado en GARCÍA HERRERA, L.M. et allii (Eds). Globalización: transformaciones urbanas, precarización social y discriminación de género, y que ahora propoponemos para una utilización general.

Bibliografía
AMENDOLA, G. La Ciudad Postmoderna. Madrid: Celeste Ediciones, 2000.
BOURDIEU, P. La distinción. Criterio y bases sociales del gusto. Madrid: Taurus, 1988.
CAMARERO BULLÓN, C. Vazquez Varela, Carmen. Espacio urbano y segregación social. Procesos y políticas en el casco histórico de Madrid.Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografia y Ciencias Sociales. Universidad de Barcelona, nº 32, 23 de mayo, 1997. (http://www.ub.es/geocrit/b3w-32.htm)
CAMPESINO FERNÁNDEZ, A.J.; TROITIÑO VINUESA, M.A. Y CAMPOS ROMERO, M.L.Las ciudades españolas a finales del siglo XX. AGE y Universidad de Castilla-La Mancha, 1995.
CASTELLS, M. La cuestión urbana. Madrid: Siglo XXI, 1974.
GARCÍA HERRERA, L. M.; SABATÉ BEL, F.; MEJÍAS VERA, M.A. y MARTÍN MARTÍN, V. (eds.) Globalización: transformaciones urbanas, precarización social y discriminación de género. Departamento de Geografía, Universidad de La Laguna, 2000.
HANNIGAN, J. A. The Postmodern City: A New Urbanization?. Current Sociology, 43 (1), 1995, p. 151-217.
HARDOY, J.E. y GUTMAN, M. Impacto de la urbanización en los centros históricos de Iberoamérica. Tendencias y perspectivas. Madrid: Mapfre, 1992.
HARVEY, D. The condition of postmodernity. Londres: Basil Blackwell, 1989.
MONREAL, P. Antropología y pobreza urbana. Los Libros de la Catarata, 1996.
MULLINS, P., NATALIER, K., SMITH, Ph. y SMEATON, B. Cities and consumption spaces. Urban Affairs Review 35 (1), 1999, p. 44-71.
PARETO, V. Compendium of General Sociology. University of Minnesota Press, 1979.
SARGATAL BATALLER, M.A. El estudio de la gentrificación. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografia y Ciencias Sociales. Universidad de Barcelona, nº 228, 3 de mayo, 2000.
SMITH, N. and WILLIAMS, P. (eds.). Gentrification of the City. Unwin Hyman, 1986.
SMITH, N. The New Urban Frontier. Gentrification and the revanchist city. Londres:Routledge, 1996.
SMITH, N.; CARIS, P. and WYLY, E. The "Camden Syndrome" and the Menace of suburban decline. Residential desinvestment and its discontents in Camden County, New Jersey. Urban Affairs Review 36 (4), 2001, p. 497-531.
TRUJEQUE DÍAZ, J.A.Ciudades rotas. La experiencia de la globalización en ciudades de la frontera noreste de México. Cuadernos del Cendes (Centro de Estudios del Desarrollo Universidad Central de Venezuela) nº 43, 2000.
VÁZQUEZ VARELA, C. La gentrificación. Un modelo de segregación socioespacial en ciudades posindustriales. Departamento de Geografía. Universidad Autónoma de Madrid, 1996.
ZOIDO, F.; DE LA VEGA, S.; MORALES, G.; MAS, R.; LOIS, R. Diccionario de geografía urbana, urbanismo y ordenación del territorio. Barcelona: Ariel, 2000.
ZUKIN, S. Urban Lifestyles: Diversity and Standardisation in Spaces of Consumption. Urban Studies nº 35(5-6), 1998, p. 825-839.

© Copyright: Luz Marina García Herrera, 2001.
© Copyright: Biblio 3W, 2001.

PROCESOS DE REGENERACIÓN EN EL ESPACIO URBANO POR LAS INICIATIVAS DE AUTOGESTIÓN Y OKUPACIÓN


Jorge Dieste Hernández. Ángel Pueyo. Universidad de Zaragoza
________________________________________
Procesos de regeneración en el espacio urbano por las iniciativas de autogestión y okupación (Resumen)
El movimiento de okupación de viviendas, con sus actuaciones sobre la ciudad consolidada, constituye un ejemplo de rehabilitación y regeneración de edificios abandonados y funcionalmente inservibles para la ciudad. De manera autogestionada y popular logra un uso compartido del espacio accesible a toda la ciudadanía, lejos de las nuevas teorías sobre el control y la seguridad de las personas e inmuebles provenientes del urbanismo norteamericano. La recuperación de espacios, hasta entonces inservibles para la ciudad y para la comunidad es un hecho reflejado a través de más de veinte años de historia de los denominados popularmente entre el movimiento okupa como Centros Sociales Okupados Autogestionados (C.S.O.A.). Cómo son estos espacios, por qué son así, con qué fin son realizados desde el movimiento de okupación de viviendas, y cúales son los efectos sociales, territoriales y urbanisticos que pueden suponer el desarrolllo de alternativas de autogestión a los modelos especulativos actuales.
Palabras clave: okupación de viviendas, C.S.O.A. (Centro Social Okupado Autogestionado), rehabilitación.
________________________________________
Abstract
The squatting movement with its acting upon the consolidated city works as an example for rehabilitation and regeneration of abandoned buildings functionally unuseful for the city. At a popular and self-determinated way it creates a shared use of space for the hole citizenship, far away from the newest theories about the control and security of property and population coming from US-urbanism. The recuperation of spaces, unuseful till that moment for city and community is a fact shown through more than 20 years history of what squatters call Squatted and Self-determinated Social Centres (C.S.O.A.). How this spaces are, why they are this way what is the reason for the squatting movement to organice them.
Key words: squatting, C.S.O.A. (Squatted and self-determinated Social Centres), rehabilitate.
________________________________________
En los últimos años la actuación sobre el espacio urbano se ha concebido muchas veces como una actuación escenográfica, con el desarrollo de proyectos emblemáticos que transforman paulatinamente el espacio circundante; o como intervenciones en las que las infraestructuras de alta capacidad y equipamientos públicos deben constituir los motores para el cambio de tejido urbano y social. (Bonnet 1994; Le Bras1994).
Ejemplos próximos los tenemos con las olimpiadas y el forum de las cultura en Barcelona, la exposición universal de Sevilla, el Guggenheim en Bilbao, la ciudad de la ciencia y las artes en Valencia, o la próxima llegada de la alta velocidad a Zaragoza. En todos ellos se han concentrado esfuerzos en la potenciación de unos aspectos de la ciudad, reforzando su imagen y presencia en un contexto internacional y globalizador en el que, cada vez más, compiten con la especialización los espacios urbanos.
No obstante, inmersos en el desarrollo de proyectos urbanos se refuerza el papel de la ciudad-vitrina con voluntad de prestigio y ostentación de los conjuntos inmobiliarios de empresas, en la organización de grandes valores y ferias internacionales procurando grandes equipamientos como reclamos publicitarios para el crecimiento y motor urbano, etc. Aunque muchos de los costes (financieros, de equipamientos, o en infraestructuras) tengan que ser asumidos por la colectividad para ser disfrutados por las élites sociales. (Zeynep, Pavro, Ingensoll, 1994).
Además del olvido de los intereses generales de los más desfavorecidos (Bassand et alt; 1994) se huye de la reflexión ligada a la utopía y las ideas, de acercarse a unos presupuestos como ya planteaban en décadas anteriores con proyectos en los que “las formas de los tiempos y del espacio serán, salvo experiencia contraria, inventadas y puestas en la práctica” (Lynch, 1975).
La imposición de la rentabilidad socioeconómica, de la inmediatez en la transformación del espacio nos aleja de la necesidad de plantear utopías que deberían de ser consideradas experimentalmente, estudiando sobre el terreno sus implicaciones y consecuencias. Estas pueden sorprender cuando los espacios con éxito se consideran aquellos favorables a la felicidad. (Lefebvre, 1969).
Es en este marco conceptual donde cobra sentido los presupuestos de los C.S.O.A., Centros Sociales Okupados Autogestionados, que pueden ser uno de los elementos en la actuación en el urbanismo actual con una fuerte carga utópica e ideológica. Las intervenciones sobre el espacio urbano podrían responder a conceptos del urbanismo unitario propuesto por los geógrafos y urbanistas situacionístas, o cercanos a estas teorías; estos hechos no son muy frecuentes y sólo son realizados por sectores del movimiento okupa más cercano a esas líneas de actuación.
En este trabajo se va a reflexionar sobre la regeneración social que puede suponer modelos alternativos de intervención por la okupación de inmuebles y la autogestión. Por ello, para esta investigación se ha aplicado una técnica de estudio y análisis perteneciente al movimiento situacionista como es la deriva (Debord, 1999). La deriva consiste en recorrer las calles de una determinada ciudad sin rumbo fijo aparentemente. Es una forma de investigación espacial y conceptual de la ciudad a través del vagabundeo; ello implica una conducta lúdica-constructiva centrada en los efectos del entorno urbano sobre los sentimientos y emociones de las personas, y mediante este método de trabajo se puede adquirir una conciencia crítica del potencial lúdico de los espacios urbanos y de su capacidad para generar nuevos deseos. La deriva es también utilizada por kevin Lynch para reconocer los principales elementos de la ciudad de acuerdo a la metodología de la geografía de la percepción -nodos, hitos, vias, etc- (Lynch, 1984).
Actualmente, algunas de las intervenciones de más resonancia social en el espacio físico de la ciudad occidental son llevadas a la práctica por los sectores más reformistas del movimiento de okupación, los cuales plantean la recuperación del espacio urbano o unas intervenciones sobre éste tratando de integrar los nuevos espacios creados o abandonados dentro del urbanismo del municipio, y atendiendo a las propias normas que rigen éste. Estos casos se dan sobre todo en las grandes urbes como, por ejemplo, en la ciudad de Madrid -con propuestas como la de recuperación, rehabilitación y reconfiguración del edificio de Embajadores o proyecto de Centro Social Okupado de Mujeres La Eskalera Karakola -actuaciones en funcionamiento más recientes en el tiempo, y que pertenecen a iniciativas del movimiento de okupación de viviendas-(Martinez, 2002).
Por otra parte, los C.S.O.A. son espacios diferentes en la ciudad, recuperados para tener una función social y espacial frente al abandono y la ruina de los inmuebles en donde se localizan. Las personas o colectivos que integran estos movimientos de okupación de viviendas tratan de recuperar edificios abandonados significativos para la ciudad y la vida en comunidad y que carecen de funcionalidad urbana en el momento de su okupación. Se consideran como espacios de especulación atendiendo a intereses inmobiliarios que olvidan el uso comunitario del espacio urbano y priman los intereses y beneficios de los propietarios sobre el suelo urbano edificable. Se pretende recuperar el sentido e identidad del lugar, en el que una persona puede reconocer o recordar un sitio como algo diferente a otros lugares, en cuanto tiene un carácter propio vivido, o excepcional, o al menos particular. (Lynch, 1985).
Por ello, desde la actual perspectiva que mantiene el movimiento de okupación de viviendas, hablar de urbanismo, supone planteamientos en la gestión, poder, diseño, función, espacio y dominación. Las ciudades y las reformas o actuaciones que en ellas se producen tienen un sentido claro de organización acorde a la lógica capitalista, olvidando a las personas, a sus necesidades residenciales y de socialización en comunidad. Si bien ésto es así, también se puede afirmar, que hay una parte de los proyectos de C.S.O.A. que no prosperan, no producen una recuperación del espacio físico e, incluso, provocan una mayor degradación de la zona. La ciudad -y en especial el centro- se concibe en algunos modelos como una factoría de servicios y no en el lugar de residencia de la población; la generación de plusvalías económicas es el actual fin de muchas de las actuaciones urbanas en la ciudad, tanto por parte de los grupos inmobiliarios, como por parte de los ayuntamientos (Fernández, 1993). Éstos mediante los Planes Generales de Ordenación Urbana adaptan, modifican y recalifican las diferentes partes de la ciudad atendiendo a los principales intereses del urbanismo actual (financiación, seguridad, control, despilfarro del espacio, individualismo, etc). Sólo responden a la necesidad de mantener los precios del mercado y que, bajo ningún concepto, ninguna empresa privada y pública están dispuestas a perder. El urbanismo se convierte en dinero, el suelo urbano pasa a ser solamente mercancía; los barrios de la ciudad son menos humanos por una menor comunicación entre vecinos. Las ciudades modernas tienden hacia una estructura cada vez más cercana a la creación de Barrios de Control Social (B.C.S.): en éstos, a las sanciones del código penal o civil, se une la planificación del empleo del espacio con el fin de crear lo que Michael Foucault habría calificado, sin lugar a dudas, de nuevas instancias de la evolución del “orden disciplinario” de la ciudad del siglo XX. El control disciplinario procede distribuyendo los cuerpos en el espacio, colocando a cada individuo en una división celular, creando un espacio funcional fuera de este acuerdo espacial analítico. Al final, esta matriz espacial deviene a la vez real e ideal: una organización jerárquica de este espacio celular y un orden puramente ideal impuesto tras sus formas. (Davis, 2001).
Este modelo urbano, en el que se maximizan las actuaciones emblemáticas y el desarrollo de redes de la interconexión en el contexto global (Viard, 1994), supone el desarrollo de un urbanismo emblemático, en el que se potencian los modelos de seguridad y el control de las mercancias y de las personas (Lueck, 1995), y en el que se maximiza la sectorización de actividades y se mantiene un modelo medioambientalmente insostenible (Pigeon, 1994).
En muchas ocasiones estos modelos urbanos segmentan y olvidan a los colectivos más débiles sin conjugar las reglas de una economía de mercado en un mundo glocalizado con necesidades de todos los ciudadanos (Lussault, 1993). Jóvenes, ancianos, inmigrantes y minorias étnicas o culturales se convierten en los marginados de los nuevos modelos urbanos occidentales. (Fernández, 1993; Davis, 2001).
En este contexto los C.S.O.A. plantean romper con estas dinámicas que no son frenadas por la instituciones públicas y que se alejan del modelo de ciudad mediterráneo, abierto, libre e intercultural de la comunidad, cada vez más segmentado, confrontado y organizado en guetos. Pero, ¿Qué son los centros sociales o qué capacidad tienen o desarrollan para romper con estas dinámicas, o para hacerles frente?. Como centros experimentales de creación de nuevos entornos posibles, como los denominó K. Lynch en su obra ¿De qué tiempo es esta ciudad? (Lynch, 1975) reunen estas condiciones como espacios destinados a concebir y evaluar nuevos entornos posibles, nuevos modelos de vida, desarrollados de una manera verosímil y autogestionada, con una validez como modelo que le otorga su experiencia y existencia en la realidad urbana occidental durante más de veinticinco años. Adaptados y utilizados por millares de personas tanto en nuestro país como, especialmente en otros espacios de la Europa Occidental han alcanzado un reconocimiento e, incluso, legalización que les ha convertido en pieza alternativa y complementaria de los servicios culturales, sociales y/o alojamiento de los grupos marginados por el modelo social imperante. (Donostialdeko okupazio batzarra, & Likiniano Elkartea, 2001).
Ya en el último cuarto del siglo pasado se creía que estos centros dedicados al estudio de los prototipos no serían pequeñas utopías, ni una evasión de la sociedad. Diferenciados de las comunas del siglo XIX y XX muestran cómo desarrollar nuevos rasgos a partir de esta situación preexistente. No intentan una reforma total sino que experimentan modificando alguna variable clave, concentrando las actuaciones en unos pocos centros. Estos no son experimentos aislados, constituyen instrumentos de enseñanza, abiertos al escrutinio, destinados a devolver sus resultados a la sociedad para su repetición y comprobación; son realistas, limitados y evolutivos (Lynch, 1975).
No obstante ya estas opciones generaban un choque con los hábitos culturales e ideológicos del momento, mirando con temor los prototipos radicales que plantean reflexiones profundas sobre el derecho privado de la propiedad, el desarrollo de cauces abiertos, plurales y realmente democráticos sobre los cambios futuros y alternativas del entorno, a contrapelo de los deseos de muchos de los organismos actuales y de intereses encubiertos. Estas propuestas afectan a dos importantes campos de batalla: el enfrentamiento de los derechos privados frente a los derechos públicos en la esfera de los recursos, por un lado, y las luchas en los diversos grupos sociales, por otro. Algunas pueden llevarse a cabo con una pequeña resistencia, pero otras generarán un acaloramiento considerable. Existen maneras de enmudecer ciertas oposiciones, pero hay otras cuestiones fundamentales que no hay modo de eludir. Sin embargo, a estas alturas debe estar claro ya que su realización compensa el coste de vencer esas resistencias. (Lynch, 1975.)
Bajo estos presupuestos los C.S.O.A. podrían ver legitimadas sus acciones dentro de la ciudad, ya que su acción potencial se dirige a toda la población en general, con unas funciones orientadas a la sociedad civil sin distinción de creencias, niveles económicos o etnias. A pesar que en Europa occidental se han desarrollado, con mayor o menor fortuna, políticas basadas en el estado del bienestar, esto no ha supuesto que se haya llegado al conjunto de la sociedad. Al contrario, en las últimas décadas se ha acrecentado la liberación del modelo económico, se ha puesto en entredicho el funcionamiento del sector público y se han manifestado nuevas facetas en la organización social –inmigración, nuevos modelos familiares y en valores, emergencia de minorias, cuestionamiento de los valores tradicionales, etc-. Esto ha supuesto la existencia de lagunas asistenciales, cada vez más importantes, que no están considerando las nuevas demandas de los grupos marginales o el desarrollo de propuestas interculturales que impulsen los valores y las potencialidades de la sociedad occidental. (Martinez, 2002).
Por ello, muchos de los servicios de los C.S.O.A., se presentan como complementarios a los del estado y a disposición de toda la población de forma gratuita, atendiendo en especial a las minorías y aquéllos que se encuentran excluidos del modelo social imperante, generalmente los grupos sociales más pobres de la sociedad. Estas afirmaciones coincidentes con las expuestas anteriormente por Kevin Lynch y son las que preconizan los movimientos sociales antiglobalización, en los que se empieza a confrontar los deseos y necesidades de la sociedad civil, tanto de los países centrales como periféricos, con los objetivos de las oligarquías económicas y de los grupos políticos. Es, sobre todo, en las sociedades democráticas occidentales donde más claramente se observa esta desintonía y confrontación entre colectivos.
Ello supone el desarrollo de actividades o funciones de utilidad pública que van desde centros para la creación de autoempleo, tratamiento de toxicómanos, asesorias jurídicas, a la animación sociocultural, dependiendo del carácter en que se implique al C.S.O.A. desde su grupo gestor. No teniendo en cuenta que las acciones se dirigen hacia colectivos situados en los margenes de la sociedad (jóvenes, inmigrantes, minorías étnicas o culturales, etc). Esta labor, en la mayoría de ocasiones se realiza de manera gratuita y desinteresada, evitando la transacción mercantil y favoreciendo el trabajo a favor de la comunidad. (Donostialdeko okupazio batzarra, & Likiniano Elkartea, 2001).
Al tratarse de centros autogestionados, que se encuentran fuera de la maquinaría y control habitual de los organismos públicos, se perciben muchas veces como centros de segunda categoría. No obstante, en aquellos espacios urbanos con problemas de marginalidad, en los que el aparato público no realiza más que parches o, incluso, están relegados de las políticas asistenciales, los C.S.O.A. se convierten en los estructurantes del espacio urbano y, fundamentalmente, del tejido social. Así, la actuación de los C.S.O.A., supone la recuperación del espacio, y en áreas degradadas o abandonadas es rápidamente percibido de forma positiva por la ciudadanía, generándose una nueva percepción en la valoración del barrio, con nuevos lazos sociales y, en muchas ocasiones, una paz social que hasta ese momento no existía. (Martinez, 2002).
El movimiento okupa se encontraría, no obstante, confrontado ideológica y prácticamente, al modo social establecido, al rechazar muchas de las manifestaciones y normas establecidas, autoinstituyendose como una comunidad diferenciada que pretende una transformación urbana y social. Se plantea así la cuestión legal y social de aceptar estos nuevos espacios alternativos.
Así, en el Estado Español, la aceptación de los C.S.O.A., sólo se ha producido de una forma amplia y consensuada en el país vasco; algunas poblaciones o entidades locales han legalizado los gaztetxes o se practica una política de tolerancia hacia ellos, con resultados muy positivos en la generación de lazos interculturales. No obstante, su análisis pormenorizado exige enmarcar su desarrollo y evolución dentro del contexto sociopolítico que vive Euskadi. (Donostialdeko okupazio batzarra, & Likiniano Elkartea, 2001). En el resto del territorio nacional no existe una legalización de los C.S.O.A. de forma tan clara y aceptada por el conjunto de la sociedad, aunque sí alguna que otra experiencia de espacio “tolerado” durante un cierto tiempo. Actualmente ya hay expectativas serias de legalización de algún C.S.O.A., y, en la mayoría de las ocasiones hay una permisividad sobre espacios okupados destinados exclusivamente a función residencial.
El mayor número de experiencias en legalización se encuentran en otros países de la Europa Occidental como Alemania, Países Bajos, Italia y Suiza, realizada en los primeros años de la década de los ochenta según los acuerdos del grupo T.R.E.V.I. (Terrorismo, Radicalismo, Extremismo, Violencia Internacional), antes de la entrada en vigor de los acuerdos de Schengen. Estas legalizaciones fueron favorecidas por la importante presión ciudadana que logró movilizar a importantes sectores de la sociedad y se produjeron en un momento en el que la existencia de fuertes movimientos especulativos que alzan el precio de los inmuebles, especialmente en las zonas urbanas centrales y/o mas consolidadas.(Colectiu Venganza, 1990).
La respuesta ante hechos y circunstancias, como son el fenomeno de la okupación de viviendas, bien necesita de una respuesta diferente a la que se le proporciona en la actualidad por los poderes públicos; más acorde a la expresada y llevada a cabo en los paises más adelantados social y urbanisticamente de la Europa Occidental. Habitualmente, la respuesta entre la confrontación de intereses se lleva a cabo mediante acciones judiciales o policiales. Tal vez, en un mundo cada vez más legalista habría que consensuarla en la búsqueda de soluciones negociadas “fuera de todo procedimiento judicial o articularse con medida de justicia, contribuyendo a la restauración del tejido social en el barrio y en la ciudad” (Borja, Castells, et alt, 1990). Este modelo de consenso ha de ser otorgado tanto por parte de la sociedad civil (que en gran parte ya la ha dado, expresando su opinión a través de las asociaciones y grupos alternativos y/o de base), así como por parte de las instituciones y/u organismos competentes en la materia. El fracaso e ineficacia de las políticas represivas hasta ahora aplicadas y la creciente incomprensión de la sociedad urbana ante las actuaciones políticas se empieza a reflejar en una respuesta ciudadana en defensa de propuestas alternativas como la del movimiento de okupación de viviendas. Esto supone, a su vez, un incremento generalizado de C.S.O.A. en toda la geografía del territorio nacional.
No obstante, en un momento de refuerzo de las leyes penales y en el que la percepción de inseguridad es cada vez mayor es muy probable que se asista a procesos de reforzamiento del papel del poder del Estado que “ante la potencialidad subversiva de los ilegalismos diseña su propia estrategia, tendente a su recuperación, a su conversión a instrumento útil al sistema. Para ello, previamente, establecerá una diferenciación, una separación en su seno, extrayendo aquellos que pueden modelarse como cuerpos dóciles; luego, tras el filtro, se pasará a criminalizar todo comportamiento disidente o antagónico”. (López, 1986).
Los nuevos modelos de centro social en el espacio urbano, y el papel de los C.S.O.A.: percepción exterior
Hay que partir del presupuesto por el que las ciudades europeas, y las españolas en particular, se están organizando hacia modelos urbanos de control social y organización funcional similares al de muchas urbes norteamericanas. Esta circunstancia se encontraría ligada al proceso de globalización por el que se avanza en los países occidentales. Las ciudades han de ser cada vez más seguras para el usuario y no para el vecino, sustituyendo vecindad y comunidad, por seguridad y privacidad.(Fernández, 1993).
De este modo, el espacio ya no es social, la tendencia es hacia la seguridad y no hacia la vida en comunidad. El llamado Scanscape (espacio vigilado), la obsesión habitual por la seguridad personal y el aislamiento social solo se ve sobrepasada por el pavor de la clase media a los impuestos progresivos. Dado que la vida de la ciudad, por lo tanto, se hace cada vez más insegura, los diferentes medios sociales adoptan estrategias de seguridad y tecnologías acordes con sus posibilidades. Como en la diana de Burguess, el dibujo resultante se condensa en zonas concéntricas; el blanco de la diana es el centro de la ciudad. (Davis, 2001).
La utilización de la delincuencia como arma del poder no se reduce, simplemente al bloqueo de los otros ilegalismos . Sirve, también, para extender el control sobre todo el territorio, pues se aprovecha la existencia de la delincuencia para ampliar las medidas represivas, e incluso a los propios delincuentes como informantes. Refuerza asimismo, los comportamientos integrados, la interiorización de la norma, pues parte de la población al sentir la delincuencia como amenaza, se presta a colaborar con los mecanismos represivos, y cuando no a ejercer, indiscriminadamente como tales, ante cualquier comportamiento que se aparta de la norma; es la profusión del autocontrol y la sospecha. Por otro lado, la difusión de la ideología de la inseguridad ciudadana, a la que contribuyen especialmente los medios de comunicación, incide en un replegamiento de la socialidad, al temerse extraño, al rehuirse la calle como espacio peligroso.
Se observa, en definitiva, que a medida que avanza el proceso de urbanización capitalista se produce una desocialización de los individuos, una disgregación de la comunidad. Al mismo tiempo, se extiende un proceso de normalización, un control social, que pretende la reproducción de los comportamientos integrados y la disolución de modos de vida divergentes. Aún así, se constata la presencia, que intenta dominar esta disidencia interna; bien canalizándola para sus propios fines, que es el uso de la delincuencia o el consumo de drogas; bien anulándola e impidiendo su difusión, que es la criminalización de todo comportamiento subversivo. (López, 1986).
Este fenómeno afecta, por tanto a todas las intervenciones y actuaciones alternativas que se dan en la ciudad y, subsidiariamente al movimiento okupa. Por ello, algunos de los C.S.O.A. desde un punto de vista espacial se han tenido que organizar como espacios blindados para defenderse de los ataques del sistema o de otros grupos fuera de toda norma, vease grupusculos neonazis, bandas de delincuencia organizada, politoxicomanos con sindrome de abstinencia...(Amendola, 2000.), en contradicción con sus objetivos de pluralidad, apertura, interculturalidad y autogestión.
La imagen de espacios cerrados por barreras, tanto prácticas como simbólicas, puertas, verjas, murales, leyendas, etc., limitan el acceso a las personas enfrentadas al movimiento, autoridades públicas, o quienes no se identifican con las dinámicas sociales de cambio del sistema capitalista, pero también afectan a otros ciudadanos que podrían ser usuarios de estos centros. Estos planteamientos de espacio blindado vienen obligados por el temor al desalojo de los inmuebles okupados por parte de las fuerzas de seguridad del estado. Esta imagen fortificada respondería a una forma de autodefensa por parte del colectivo frente a la previsible intervención de los poderes públicos en el espacio que el colectivo ha decidido gestionar pública y pluralmente.
La percepción para sus okupantes, residentes o usuarios, es completamente diferente como espacio liberado, en donde son posibles otras formas de coexistencia, actividades alternativas a las convencionales -talleres de autoempleo, charlas, conciertos, perfomances, etc.- Además, se percibe como un espacio sustraído al poder (estado/capitalismo), hecho y reconstruido de acuerdo a la forma, posibilidades, necesidades y gustos de sus okupantes, lo cual a su vez crea fuertes sentimientos de pertenencia y arraigo al lugar. (Bilbo Zaharreko Gaztetxea, 1992).
Se crea una forma de entendimiento, utilización, adecuación y recuperación del espacio urbano que se encontraba abandonado, recuperándose para la vida en comunidad, y a la creación de barrio, en los que la solución a los problemas que se pueden generar en el mismo no tengan porque basarse en el control de las personas. Se busca un urbanismo social que permita el encuentro entre personas y no el creciente aislamiento individual, partiendo del propio hecho de habitar e interpretado por ellos mismos. (Lefevbre, 1969).

Los individuos que comparten unas mismas características sociales, económicas o étnicas tienen muchas posibilidades de vivir cerca unos de otros en sectores homogéneos. Si estas personas toman las mismas decisiones es porque perciben el espacio urbano de una forma semejante y, por tanto, entienden de igual manera la noción de <>. (Bailly, 1978).
Pero este marco de homogeneidad se ha roto en las últimas décadas y se hace necesario experimentar con nuevos modelos interculturales. En este sentido los C.S.O.A. potencian los encuentros entre ciudadanos en un marco de democracia participativa, social, de base, justa, y acorde con el sentimiento popular de hacia donde dirigir la ciudad, su desarrollo y las actuaciones necesarias para ello sobre la misma. Frente a estos ideales, se está conformando un urbanismo basado en la especulación, los intereses económicos, y la obsesión por el control y la seguridad sobre el territorio y las personas que lo habitan. (Fernández, 1993; Davis 2001).
Esto lleva ya ha reflexiones planteadas hace más de treinta años sobre el papel social de los bienes: Si consideramos el total de casas de una zona urbana como un bien social (en contraposición a los bienes privados), entonces obviamente la comunidad ha pagado ya dichas casas viejas. Por este cálculo, todas las casas de una zona urbana construidas antes de, digamos, 1940 (o construidas ese año) han sido ya pagadas. La deuda sobre ellas ha sido amortizada y suprimida. Los únicos costos que se mantienen son los gastos de comunidad y servicios. Poseemos en una enorme cantidad de capital social bloqueado en el total de casas construidas. Pero en el sistema de mercado privado de la vivienda y del suelo, el valor de la vivienda no se mide siempre en función de su uso como refugio y residencia, sino en función de la cantidad recibida en el mercado de cambio. Que puede verse afectada por factores exteriores, como la especulación. (Harvey, 1979).
No hay que olvidar que actualmente la sociedad empieza a demandar y cuestionar a sus gobiernos y grupos dirigentes utilizando los mismos modelos de la economía global. Los ejemplos de los movimientos antiglobalización, la expansión de las organizaciones no gubernamentales, o como en el caso más reciente los diferentes movimientos sociales de caracter pacifista, en respuesta a la intervención armada de Estados Unidos y Reino Unido, suponen un cambio en las relaciones de la sociedad con los grupos de poder.
Es muy probable que las confrontaciones directas con el poder establecido no lleve más que a conflictos y crispaciones; pero no hay que olvidar que en una sociedad que desmantela paulatinamente e inexorablemente el tejido público, se hace necesario retomar nuevas ideas y consensos que lleguen a evitar la fragmentación y blindaje del espacio urbano siguiendo los patrones norteamericanos. (Davis, 2001).
Habra que analizar modelos como el italiano (“Casa Internazionale delle Donne de Roma” en el antiguo convento del Buon Pastore (que data de 1615), rehabilitado por el Ayuntamiento de Roma,y que ha sido cedido a asociaciones feministas tras un largo periodo de okupación). El movimiento feminista romano, agrupado en torno a la Associazione Centro Feminista Separatista, a las mujeres federadas en el AFFI y al CFS, constituyó el consorcio Casa Internazionale delle Donne en 1999 y, desde ahí, se llevaron a cabo las negociaciones por las que el Comune di Roma (Ayuntamiento), la Comisión de mujeres electas, la Oficina de Igualdad de Oportunidades, y el consorcio Casa Internazionale delle Donne, acordaron la rehabilitación y cesión del espacio en favor del grupo de mujeres de la Casa, el aleman con 50 bloques de vecinos en Berlín que se han legalizado a cambio de alquileres bajos, el holandes con más de 100.000 personas habitando en centros sociales okupados o el de Curitiva, ejemplo en el que la ciudadanía toma directamente decisiones para el reparto de los impuestos, y que imponen la necesidad de dotar proyectos urbanos en los que los poderes públicos colaboren con los grupos sociales alternativos, creando centros sociales que favorezcan la interculturalidad y la regeneración de los espacios marginales, linéas de cultura vanguardista ligadas a la experimentación, grupos ligados y/o dependientes de las asociaciones de barrio centrados en la busqueda de un nuevo urbanismo que permita un mayor respeto ecológico del medio, sustituyendo posiblemente seguridad y control por ecología y sociabilidad, etc. En definitiva, nuevas pautas que permitan un avance positivo, creativo y sostenible de la sociedad, y no un avance de la tecnología de la seguridad para el blindaje del espacio favoreciendo la fragmentación de las ciudades, sus barrios y por tanto de su tejido social.

Bibliografía
Amendola G. La ciudad postmoderna. Madrid: Celeste ediciones, 2000.
Bailly. A. La percepción de espacio urbano: conceptos métodos y su utilización en la investigación urbanística. Madrid: Instituto de estudios de administración local, 1978.
Bassand, M et alt. Les faces cachées de l´urbain. Bern: Peter Lang,1994.
Bilbo Zaharreko Gaztetxea. Seis años explorando la cultura popular. Bilbao: Bilbo Zaharreko Gaztetxea, 1992.
Bonnet, J. Les grandes methodes mondiales. Paris: Editorial Nathan, coll Geógraphie d´aujourd´hui, 1994.
Borja J, Castells, M. y otros. Las grandes ciudades en la década de los noventa. Madrid: Editorial sistema, 1990.
Colectiu Venganza. Venganza Nº 3 y Nº 4. Barcelona: Colectiu Venganza, 1990.
Davis M. Control urbano: la ecología del miedo. Barcelona: Virus editorial, 2001.
Debord G. La sociedad del espectaculo. Valencia:. Pre-textos [ed. Orig.1967], 1999
Donostialdeko okupazio batzarra, & Likiniano Elkartea. Vivienda: Especulación,... & Okupazioak. Bilbao: Donostialdeko okupazio batzarra. Likiniano Elkartea, 2001.
Fernández, R. La explosión del desorden: La metrópoli como espacio de la crisis global. Madrid: Ed. Fundamentos, 1993.
Harvey D. Urbanismo y desigualdad social. Madrid: Siglo XXI editores. 2ª edición, 1979.
La Eskalera Karakola. Proyecto para la rehabilitación del edificio Embajadores 40.[Proyecto en linea]. La Eskalera Karakola. Madrid 1 de marzo de 2003. . [24 de Abril 2003.]
Le Bras, H. La planète au village. La Tour d´ Aiges: Editorial L´Aube, 1994.
Lefebvre H. El derecho a la ciudad. Barcelona: Ediciones Península, 1969.
López P. El centro histórico un lugar para el conflicto. Barcelona:Universidad de Barcelona, 1986.
Lueck, Th, J. Les New-Yorkais se poient de municipalites privés. Paris: Le courier international, Nº 219, 1995.
Lussault, M. Tours: images de la ville et politique urbaine. Tours: Maison des sciences de la ville. Coll science de la ville Nº 3, 1993.
Lynch K. ¿De que tiempo es este lugar? Barcelona: G, Gili, 1975.
Lynch K. La imagen de la ciudad. Barcelona: G, Gili, 1984.
Lynch K. La buena forma de la ciudad. Barcelona: G, Gili, 1985.
Martinez M. Okupaciones de viviendas y de centros sociales.Autogestión cultura y conflictos urbanos. Barcelona: Virus editorial, 2002.
Pigeon, P. Ville et environnement. Paris: Ed. Nathan, 1994.
Viard, J. La société d´archipies, au les territoires du village global. La Tour d´Aigues. Ed d´Aube coll. Monde en coors.
Zeynep, Ç. Favro, D & Ingensoll, R. Streets. Critical perspectives on public space. Los Angeles: University of California, 1994.

© Copyright Jorge Dieste Hernández y Ángel Pueyo , 2003
© Copyright Scripta Nova, 2003
Ficha bibliográfica:
DIESTE, J. y PUEYO, A. Procesos de regeneración en el espacio urbano por las iniciativas de autogestión y okupación. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2003, vol. VII, núm. 146(108). [ISSN: 1138-9788]
________________________________________