domingo, 19 de febrero de 2012

La desaparición de la ciudad. Narrativas mediáticas de violencia urbana, subalternización y transformación neoliberal de la ciudad

Rodrigo Alarcón Muñoz

El primero en experimentar la descomposición del vetusto y abrumador orden de significaciones de la ciudad clásica latinoamericana, fue aquel habitante que protagonizó lo que José Bengoa vendrá a denominar como “el tiempo de las caravanas” (1996), haciendo referencia al amplio, acelerado y explosivo proceso de masificación urbana y cultural que caracterizó las intensas primeras décadas del siglo veinte.
Este incipiente ciudadano, en suma, testigo y actor de la definitiva interrupción de los circuitos residuales del orden colonial, abandonó su condición de “subalterno sin remedio” en la medida que su realidad se afincó en un plano de experiencia signado por el crecimiento material, la trasformación sociocultural y el “triunfo” parcial en la demanda social (Cornejo Polar, 1996). Actualmente, de este elemental y en gran medida aparente maderamen social, formulado utópicamente por Arguedas como la “ciudad feliz”, no se encuentran más que vestigios ruinosos y abandonados, restos de un programa que, a través de sus estructurados itinerarios infraccionarios, en su momento de mayor impulso logró diseminar contundentes transformaciones de la ciudad dando cuenta, sugestiva y prometedoramente, de un espacio urbano crecientemente inclusivo y movilizador desde la múltiple perspectiva de lo social.
En este sentido, estas trazas constituyen a la par que una especie de obituario de categorías, la base indiciaria de la comparecencia de la ciudad ante un proceso social de características igualmente disolventes, pero cuyo signo ya no es el de la expansión si no el de una restitución conservadora, en tanto y en cuanto sus efectos vienen reubicando el linaje de “aquellas masas heterogéneas” que vibraron el siglo XX (Romero, 1984, pag.337) en variopintos espacios de exclusión y estigma que funcionan como análogas claves del ordenamiento y control que se realizó sucesivamente en el pasado y que hoy, parafraseando a Manuel Castell, se pueden denominar como verdaderos “hoyos negros” urbanos (1997) .
A través del despliegue de nuevas prácticas de representación , puestas en juego por medio de elaboraciones narrativas de lo urbano que constituyen su textualidad e intertextualidad en torno, principalmente, a los road movie de “seguridad ciudadana” y la espectacularización de la crónica roja, que dispensan fuertes performáticas de la urgencia en el territorio cotidiano del habitante, se produce simbólicamente una ciudad fetichizada en torno a estilos de vida despolitizados, con adosadas necesidades de contención y resguardo, que configuran relaciones sociales sostenidas en dinámicas de disolución permanente (Harvey, D: 1989) y que tornan efectiva la restitución de un espacio público vacío, no bajo la represión y reclusión “sanitaria” de la producción material y simbólica del proletario, sino que a través de la condicionada transfiguración del ciudadano dentro de las homogéneas identidades del consumo.
Dentro de estas mediáticas elaboraciones narrativas, entonces, persiste un similar protocolo hegemonizador que establece una categorización del entendimiento e interpretación del fenómeno urbano que significa la ciudad y el ciudadano en su negación. La primera queda impugnada en el ejercicio de despolitización mediática de sus planos y de su emergencia, el habitante, en su nueva condición de agente transitorio dentro de un espacio público inexistente, es categóricamente subordinado bajo una forma incapacitada y despotenciada en relación a la intervención y transformación de su propio espacio de habitabilidad.
El subalterno, señala Gayatri Spivak, no puede hablar bajo una forma de autoridad o sentido, en tanto alteraría rotundamente las relaciones de poder/saber que lo constituyen. Sin embargo, la subalternidad es una identidad relacional más que ontológica, una condición contingente y sobredeterminada (Bever, ), por consiguiente no natural y sujeta a la crítica. En este sentido, la “construcción mediática” del escenario urbano constituye un protocolo disciplinante que con sus codificaciones busca torcer o trasmutar el potencial subversivo del subalterno, utilizando el contenido del “archivo de la ciudad”, en función de los discursos que pretenden representar las experiencias y facturas culturales del habitante, en una narrativa de formación y profundización de la sociedad de cuño neoliberal.
En esta perspectiva se movilizan, en lo que sigue, construcciones conceptuales -como es el caso de la “epistemología contrainsurgente” (Guha, 1988)-, que permiten evidenciar a través de un trabajo de desensamblaje crítico, la vinculación entre las nuevas narrativas mediáticas de la ciudad bajo el patrón de la violencia y la recomposición neoliberal de la cartografía urbana. El émbolo de éste operativo lo constituye de manera primordial la privatización del espacio público, régimen que necesita de sistemas de legitimación que manifiesten su implementación como una alternativa indeclinable.
Las narrativas de la violencia urbana, a través de la reproducción de prácticas de subalternización, generan las condiciones para la ejecución material y simbólica de éste nuevo diseño, que omite las condiciones de precariedad, desigualdad y exclusión que condicionan conflictivamente el diario vivir de la ciudad, al tiempo que reubica a muchos de los sectores empobrecidos de la población, allí donde puedan ser fácilmente contenidos, estigmatizados y hegemonizados (Heleap: 1993).

1. El extrañamiento de la ciudad.
La necesidad conceptual de desinstalar los paradigmas tradicionales de la nación que trae aparejada la nueva economía política global (Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos, 1998), marca en el plano efectivo de la ciudad la obliteración de los referentes de memoria e identidad potencialmente obstaculizadores del programa de transformación neoliberal. La edición de éste nuevo texto-ciudad, a través del tratamiento mediático de la violencia y los miedos de las personas, configura un imaginario que instala perceptiblemente en el lugar de las modificaciones socialmente más decisivas, en la dimensión del habitar humano, quizás el cambio contemporáneo más radical en la experiencia de las personas, esto es, el extrañamiento con el orden y el espacio mismo de su hábitat (Oyarzún, 2001).
En la particular composición del contexto chileno, esta nueva “elaboración ficcional” moviliza un dispositivo de categorías solidarias con aquella concepción de seguridad nacional que representó el cuadro significante de la dictadura militar, cuyo marco representacional encuadró a la sociedad chilena bajo la dicotomía orden/caos. La representación del orden es desplazada de la escena militar hacia el pulcro funcionamiento del mercado y materializada en un orden urbano que privilegia su dinámica, su infraestructura y su estética. Las coordenadas del caos, lo “oscuro” de este binarismo, es resituado en las avanzadas delincuenciales del mundo marginal y en los focos insurrectos al flujo de la economía financiera. Es decir, se construye un nuevo relato territorializante del “bien y del mal” que relata y produce los personajes y la moralidad del orden a la par de la personificación del mal, pero que a diferencia de la ciudad clásica, donde la “mala vida” era definida en los itinerarios de los barrios bajos, en “la ciudad de los de abajo” (Viñas,2004), o la ciudad de la dictadura que la fijaba en lugares rebeldes y culturalmente decadentes, “la ciudad subversiva”, ahora es situada en una especie de amenaza flotante que está en todas partes y que se constituye en una amenaza general.

El dibujo de la ciudad del cerco territorial y del arresto domiciliario, entonces, es actualizado en la formulación urbana de la seguridad ciudadana. El disciplinamiento social mediante la consigna de la modernización y de la represión queda reordenada en torno a la figura de un insurgente de nueva índole, ampliamente narrado bajo el repertorio semántico del lanza, el “violentista”, el “narco” y el “flaite”, personajes identificables con algunos territorios, pero que en su particular emergencia están signados por un carácter flotante.

Se operativiza una transición conceptual y una utilización resignificante de terminologías que escenifican al subalterno a través de la “mutación cultural” del “pobre rebelde” al delincuente marginal, del joven radicalizado al violentista anárquico, nuevos artificios significantes para la construcción social de una otredad negativa, pero funcional al paradigma de normalidad que protege el acuerdo social impuesto por el pasado militar y por el nuevo orden democrático chileno. En estas formulaciones se instalan agencias culturales que son modos de producción de hegemonías y subordinaciones cuya violencia en la construcción del otro no esconde su brutalidad epistémica (Spivak,:1998), en tanto se constituyen en la explicación y narración de la noción de lo peligroso en la ciudad, allanando la imposición de principios de una civilidad idealizada y consolidando un saber “experto” que “instruye” respecto a cómo se debe vivir juntos bajo un contexto de violencia (Heleap: 1993).

En esta perspectiva, la exacerbada exposición mediática de estos relatos, activa un dispositivo intimidatorio que legitima el disciplinamiento en torno a una ciudad vaciada de sus centros de convergencia y condenada en su movimiento a rutas de excreción de lo público. El habitante es conminado a replegarse en zonas de seguridad y contención que dispensa el mercado, centros de diferenciación rotunda en tanto lugares de convergencia cuya fundamental consistencia estratégica es constituirse en nuevos “centros cívicos”, donde la ciudadanía se modele bajo las políticas de sentido del mercado (Sarlo, 1997). Lo barrios privados y los centros comerciales vienen a constituir simulacros de ciudad donde la geografía urbana desaparece bajo la exención de los extremos, la inestabilidad de los límites y el despliegue de una nueva epistemología fronteriza que desplaza las categorías y métodos de comprensión, situando en su lugar “dispositivos subjetivos” encuadrados en la lógica expansiva del mercado” (Mignolo: 1998).

2. La desaparición de la ciudad.
De acuerdo con lo anterior, las mediáticas narrativas de la ciudad en torno al fenómeno de la inseguridad, entonces, termina por debilitar irreversiblemente la ciudadanía al acelerar el desuso de los espacios de significación pública, instalando un imaginario migratorio de la seguridad que, como se señaló, demanda zonas restringidas, servicios y vías segmentadas socioeconómicamente y un largo desplazamiento -dentro de la ciudad- de todos aquellos “derrotados” luego de “perder la guerra de la economía”. Es decir, la ciudad ficcionalizada bajo la generalización de la violencia, está entramada con el explosivo mercado inmobiliario y el emergente negocio de la seguridad” que precisamente muestran, en estos últimos años, niveles de facturación exorbitantes.
Dicho debilitamiento marca, entonces, un profundo y radical cambio en la experiencia urbana, pues el resultado de las señaladas estrategias narrativas, con el despliegue de violencia epistémica que contienen, es una sociabilidad idealmente configurada y violentamente instalada”. El habitante, el subalterno, es conceptualizado y entendido, fundamentalmente, como algo que carece de poder de auto representación, quedando el contenido como así mismo el sentido de la historia convertidos en elementos de cuidado administrativo. Al hacer de la seguridad del Estado y el nuevo proyecto urbano neoliberal la problemática central de las manifestaciones de violencia social, estas narrativas necesariamente niegan al subalterno el “reconocimiento como sujeto de la historia y su propio derecho a un proyecto histórico totalmente suyo” (Guha: 1998). El marginal ya no tiene proyecto histórico, deja de constituir un sujeto que pueda representar una identidad que sea posible de ser reconocida, en un pasado y en un presente rescatado por una lectura de la historia que proyecte su ejercicio desde una perspectiva crítica y transformadora.
Ahora bien, en la medida que la ciudad constituye el lugar primordial de realización de la política y de la existencia del ciudadano, la amplia producción textual de la inseguridad ejecuta, con el proceso de transformación urbana que legitima, lo que en sí mismo constituye un asesinato de alcance colectivo, esto es, el asesinato de la propia ciudad. La expansión de los encuadres disciplinantes del control social, inscritos dentro de la doctrina de seguridad del mercado, reconfiguran el imaginario social a través de la diseminación de un cuadro de conocimientos y creencias que comienzan a determinar hegemónicamente la contemporaneidad de la ciudad. La definición y difusión de una convivencia armónica e ideal de los colectivos urbanos, son producidas desde una lógica que administra debilitando, desconociendo y en definitiva borrando las formas de saber, identidad o pertenencia que resultan no pertinentes para su gestión estratégica (Heleap: 1993), consumando la advertida aniquilación de la ciudad por medio del paulatino y sostenido proceso de pauperización del tejido social .
En este contexto los miedos y la seguridad, en tanto productos sociales relacionados con nuestra experiencia de orden, vienen a erguirse en los ejes de una producción cultural que acompaña éste deterioro paulatino de las relaciones sociales. Cualquier evento puede transformarse en una amenaza vital cuando los individuos no sienten ser acogidos y protegidos por un orden sólido y amigable. La vivencia que se tiene del barrio y la ciudad responde hoy a un sentimiento de lo ajeno, adverso, disgregado y carente de significado emocional (Lechner: 1999) y cuenta con una complicidad expresiva en la sensibilidad que potencian y consolidan los relatos mediáticos referidos, como por ejemplo, las crónicas de prensa que en sus encabezados hacen referencia al “sitio” que planta la violencia a una comuna, una ciudad o a un país entero, pero que en sus contenidos refieren a esporádicos acontecimientos -riñas entre jóvenes en los Barrios bohemios, asaltos en los sectores más conflictivos o penetraciones de bandas de jóvenes delincuentes en los sectores urbanos más privilegiados- más que a un clima social generalizado. La percepción del habitante de “a pie” –que en los medios tiene una “visión de conjunto de la ciudad” (Martín Barbero, 2004) - se ve profundamente afectada por el “ambiente de tierra de nadie” que se “vive en las calles”, consignándose el espacio público de la ciudad como lugar de riesgo, como el “lugar a evitar”, fenómeno muy visible en las encuestas de opinión sobre percepción de la violencia delictual (2004) y en la centralidad que asume la delincuencia en la disputa de la contingencia política.
La percepción de una atmósfera que pone en peligro las condiciones materiales de vida y la integridad física, instala la angustia y un miedo difuso sin agente individualizado, torna débiles las esperanzas, apaga la vitalidad, paraliza. El miedo al otro produce un modo de morir antes de la muerte: el miedo mismo (Lechner, 1990). Los miedos generan como efecto desagregación y desintegración ciudadana y espacial a través del abandono de los usos tradicionales del espacio público de la ciudad. No sólo las elites se segregan cada día más, sino también otros grupos sociales medios y populares siguen un patrón similar por razones de seguridad. De esta forma el plano urbano se vuelve policéntrico a la par y en complicidad con la consolidación de un concepto de ciudad ubicua y transparente, anulada en su geografía y su historia, una especie de estrato paralelo, desconectado de su entorno e hipervinculado al resto de ciudades que forman parte de ella a través del esqueleto electrónico del sistema financiero. Una ciudad que se desarrolla sobre desarticulados pedazos de convivencia social y el reforzamiento de la fragilidad, el individualismo y la experiencia del extrañamiento.
Desde una óptica específica, el ciudadano experimenta un desarraigo colectivo, la borradura de su memoria y el arrasamiento de su producción cultural autónoma. Los referentes que alguna vez reconoció en el espacio público sufren su propia disolución, reemplazados por el protagonismo de la inseguridad, la angustia cultural y la pauperización psíquica que gatillan los potenciales de agresividad posteriormente narrados en función de una legitimación latente del paliativo del consumo. En definitiva, las identidades se ven debilitadas en su producción local, en el acto identificatorio con una pertenencia, en tanto “el yo, el nosotros y los otros” es producido y significado desde un mercado ensimismado en su propia performatividad, difuminándose la ciudadanía y travistiéndose la voluntad de mejorar las condiciones de vida de los que hoy constituyen los desplazados de la ciudad.

3. La ciudad en reversa.
La "elitización" o el afianzamiento y expansión de enclaves de exclusión, son algunas muestras de la creciente segregación urbana producida por los “mecanismos naturales” de regulación que el neoliberalismo pone en acción (Díaz Azorueta, 2006). Este rediseño urbano, la especulación inmobiliaria y la escenificación de una ciudad espejo de las relaciones de poder vigentes en la sociedad de cuño neoliberal, requiere -como hemos visto- del establecimiento de un consenso que asegure la “obediencia habitual” de la población al encuadre de la consigna modernizadora (Serrano Gómez: 1994). La política mediática se constituye en la materia prima de la historia dejando fuera las “voces pequeñas”: los lamentos fugaces de los que no tienen empleo por vivir en “sectores peligrosos”, de los que reciben los embates de la policía en allanamientos masivos detrás de drogas, de los que son estigmatizados cuando todo su entorno aparece como protagonista de las crónicas rojas.

La lectura en reversa propuesta por Guha posibilita –creemos- el cambio de sentido de los patrones canonizados en torno a la convivencia ideal. Esta lectura de la historia y de la realidad pone al descubierto una nueva sensibilidad, en el momento en que el subalterno transgrede su lugar “asignado” y comienza a ejercer su propio poder epistemológico a través de narrativas escurridizas al proyecto hegemónico, en tanto no pueden ser articuladas por principios hermenéuticos articulados desde la lógica de su experticia académica o administrativa, abriendo la posibilidad de nuevas formas de actuar políticamente sobre su espacio de hábitat y convivencia ciudadana, además de hacer posible la revisión crítica de epistemologías subordinadoras presentes en los cuerpos de conocimiento propios del disciplinante modelo de urbanización mercadotécnico.

Una lectura en reversa permite identificar las distorsiones realizadas por el discurso disciplinante en su representación de los sectores marginales o de la disidencia social, realizando desplazamientos bajo los pilares de las lógicas aprisionadoras del actualizado binarismo orden/caos que opera el mercado. En este sentido, el subalterno no representa un sujeto ausente que puede ser movilizado únicamente desde arriba, no es una sola cosa, más bien es un sujeto mutante y migrante capaz de desensamblar los presupuestos de sentido utilizados para representar y construir su propia realidad. Sin embargo, las actuales condiciones socioculturales establecidas a partir del proyecto de ciudad neoliberal parecen no tener contrapeso. Constituye un desafío ineludible para la teoría que se postula crítica, evitar el mero ejercicio descriptivo de frías cartografías que desplazan los componentes efectivos de la realidad, por medio de una sumatoria de significantes vacíos que desactivan cualquier intento por transformar las condiciones de vida que pesan sobre los marginados habitantes de la urbe contemporánea y que hoy, finalmente, amenazan con decretar de forma definitiva la muerte de la ciudad.




Referencias Biliográficas

-Barbero, Martín. Oficio de cartógrafo. 1. ed. Argentina: Fondo de Cultura Económica, 2004. p. 264-285.
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-Cornejo Polar, Antonio. Una heterogeneidad no dialéctica: Sujeto y discurso migrante e el Perú moderno. Revista Iberoamericana, USA, Universidad de Pittsburg, 176-177. 1996. p. 57-117.
-Díaz Azorueta, Fernando. Ciudad neoliberal, desigualdad y nuevas movilizaciones. En: Ferrero y de Loma-Osorio, Gabriel y De los Llanos Gomez, Maria Torres (Ed.). Pobreza Cultura y ciudadania: una contribucion al 5º Foro de la Alianza Mundial de Ciudades contra la Pobreza. Valencia : Universidad Politecnica de Valencia, 2006. p. 25-40.
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-Harvey, D. The condition of postmodernity. Basil Blackwell. Londres. 1989.

-Lechner, Norbert. Nuestros miedos, en Entre la II cumbre y la detención de Pinochet. Santiago de Chile: FLACSO. 1999. p. 11-27.

- Lechner, Norbert. Los Patios Interiores de la Democracia. Santiago: Fondo de Cultura Económica. 1990. p. 83-100

-Mignolo Walter. Posoccidentalismo: el argumento desde América Latina. En Castro Gómez, Santiago; Mendieta, Eduardo (Ed.). Teorías sin disciplina, poscolonialidad y globalización en debate. México. Universidad de San Francisco.1998. p. 31-57.

-Oyarzún, Pablo. La desazón de lo moderno. Santiago de Chile. 2001. P. 29.

-Romero, J. L. Latinoamérica: las ciudades y las ideas (3a ed.). Mexico: Siglo
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-Sarlo Beatriz. Escenas de la Vida Posmoderna. Buenos Aires: Espasa Calpe. 1997. p. 23-33.
-Serrano Gómez, Enrique. Legitimación y Racionalización. Weber y Habermas: la dimensión normativa de un orden secularizado. Barcelona: Anthropos, (en coedición con la Universidad Autónoma Metropolitana de México). 1994. p. 11-20.

Viñas, David. Anarquistas en América Latina. Buenos Aires: Paradiso. 2004. p. 15-17.

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