martes, 3 de noviembre de 2009

TAXI DRIVER


A continuación la reactualización de nuestro blog. Y la hacemos presentando los primeros pasajes del texto del poeta tomecino y amigo de este espacio: Egor Mardones. (En nuestras próximas actualizaciones, seguiremos presentando pasajes de este texto.

Además, les aproximamos tres textos: Primero la presentación del libro "Tócala: Imaginarios de fútbol y territorios" y luego dos ensayos cuya temática gira en torno a la Ciudad y la experiencia urbana contemporánea. "La Erradicación de la ciudad", escrito por el profesor de Filosofía Rodrigo Alarcón. El segundo, "La ciudad de la Alegría", escrito por el candidato a doctor en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Concepción, Pablo Angulo Vera.

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Egor Mardones



A la memoria de Carmen Mardones Grandón (1962-1996)
Y a mi familia el horizonte todo: mi viaje, mi destino




TRES O CUATRO PARADEROS OBLIGADOS TRES
"La noche, la ciudad es un campo de información...
Los cristales de esas gafas: un flash de datos".
"Neuromante", de William Gibson, según el cómic de Tom De Haven & Bruce Jensen

"Yo voy donde nunca estoy, donde nunca fui".
Charly García

"Me había aislado del mundo, de mis amigos.
Vivía en mi propio mundo privado y me evadí
en el alcohol y las drogas hasta que fui a dar
al hospital. Cuando el dolor se calmó y mi
estómago se curó, se me ocurrió que tenía en
mis manos una metáfora perfecta: alguien
viviendo una existencia como taxista, vagando
en una cloaca en un ataúd de hierro, rodeado
de gente, pero solo".
Paul Schrader







OFF-TAXI-DUTY



TAXI LIBRE

Sentado al volante del taxi
emerjo de una espesa niebla
como aquellas que preceden las actuaciones
de los grupos de rock
y entro lentamente en escena
a las calles de la citi
a la página en blanco
a la radiante oscuridad de la sala de cine.


De aquí en adelante ya todo es mundo:
esquinas violentas, música a todo volumen
tráfico endemoniado
y película corriendo a la velocidad de la noche.





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35-38: …Trabajo muchas horas
de 6 de la tarde
a 6 de la mañana
6 días a la semana
a veces 7.
Es un ritmo difícil
pero me mantiene ocupado...





CERO KILOMETRO

Hablando en cómic
arriendo un departamento miserable
en las afueras de la citi.


Tengo un TV cable con 666 canales apagado todo el día
videos porno,
rock en abundancia, música pasada de moda
y desordenados libros que no termino más
de leer.


Me emborracho frecuentemente, a lo Ginsberg
fumo marihuana toda vez que puedo
y ando taxiando hasta el fin
de la maldita noche americana.


No es mucho, lo sé, pero al menos
estoy en el medio desta road movie
a miles y miles de kilómetros todavía
de la negra e inevitable palabra FIN.





EN VIAJE

Vago ensimismado por esta cinematográfica citi
de bajo presupuesto y peor taquilla
por este perpetuo trasnoche de malísima poesía
solo y sindestino como siempre
en busca de sonámbulos pasajeros varados
en remotas esquinas
que todavía sueñan con despertarse amanecidos
a la más bella y radiante orilla deste mundo
y tumbarse a los porfiados hechos
aunque sea por un mísero instante
y llegar a creer que es para toda la vida.





JARMUSCH

"A cinta de Jarmusch semeja todo lo visto y oído
-dijo el pasajero todavía en sueños bajándose del taxi
en el medio de la Avenida Utopía Forever
sin saber en qué lugar del mundo se encontraba-,
a nada más que viaje suburbano este imaginario vuelo.
A NADA MAS/".

........ Y se perdió en la noche americana...





PASAJEROS AL MIRAMAR HOTEL

-Llévanos al Miramar Hotel lo más rápido
que puedas
mira que andamos urgentes como el demonio
y guárdate el secreto
que yo aparezco a diario por los media
y la dama aquí a mi lado como la ves
es muy reputada en la galaxia Playboy
por su nocturna y siempre más que intensa
acción sexual.


-Descuide. No hay problema.
Son cinco dólares. Que le vaya bien.



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41-45: ...De noche salen todos los animales:
prostitutas, ladrones, maricas, yonquis, locos.
Algún día una fuerte lluvia
quitará toda esta basura de las calles…





SHAKESPEARE REVISITED

Estoy bajo un cielo que amenaza tormenta eléctrica.
Estoy en Suburbia, el corazón de las tinieblas de Night Citi.
Estoy con mi dosis exacta de droga deja vu entre ceja y ceja
en uno de esos cinematográficos tiempos muertos de la madrugada
infinita
que siempre nos conducen a ninguna parte lejos de aquí.


La radio transmite entusiasta The Raven, de Lou Reed,
y hojeo distraídamente La comedia de las equivocaciones
de Shakespeare, el infalible, que alguien dejó olvidado
en el taxi:

“Dicen que esta ciudad está llena de truhanes,
de rateros listos que engañan la vista,
de nigromantes que trastornan el juicio,
de brujos asesinos del alma que deforman el cuerpo,
de impostores disfrazados,
de charlatanes sinvergüenzas.

Si es así, partiré a escape".
Aquí también es hora de partir y parto
sin dolor, sin pena, sin olvido
sin nada en las inefables entrañas del alma
atropelladamente acelerado con The Raven a todo volumen
y el humo tronando a destajo en el tubo de escape
y el olor a caucho y las ruedas chirriando su huella en el
/frío cemento
de esta ciudad de utilería hard:
Il mio supplizio.





FUERA DE RECORRIDO

Vacías las calles esta noche.
Sólo la incomparable Cecilia me acompaña
en el receptor del auto
canta con la misma voz de siempre
"Yo, uno de tantos..." en italiano
igual que en esa película vista hace mucho
en el Cinema Paradiso en tiempos en que todavía uno
soñaba con la posibilidad de ser feliz
y con largarse para siempre desta citi.


Sigo dando vueltas:
poca gente en todas partes esta noche.
Doy mejor por terminado el trabajo.
Un coñac en el Bar Terminal,
un porro de última fumado con desgano,
un par de palabras con la muchacha que me atiende
y hasta la vista, baby night.





DOMINGO

Hoy no trabajo.
Generalmente paso más de medio día
tirado en la cama, perdido en los drogos atardeceres
de mi habitación.


A veces manipulo el control remoto
en busca de quizá qué imposible mensaje entre los 666
abismantes canales de TV
pero siempre termino en una de monos animados.


Nada hay, a las finales, en el mundo
semejante a un taxi desplazándose cinematográfica-
mente por las clandestinas avenidas de la noche,
de la página,
de la imaginación.
Pantalla en blanco/ Cortinas cerradas/ Silencio total
El resto del día es nada
como todo asqueroso domingo.





ESTACIONADO AFUERA DE LA DISCO

Era sábado
yo había entrado a la Disco Chainsaw Massacre
en busca de puta compañía y unos tragos.
Ahí fue que lo vi bailar desaforadamente a toda pista
un rock estridente y lisérgico
de esos que ya en ninguna parte se escuchan
que me hizo recordar no sé por qué
a un desquiciado personaje de una cinta de Lynch
y la letra de un viejo corrido mexicano de miedo.
(Marginalia clips: andaba harto tequila dando vueltas
NO FUTURO por mi rockero esqueleto encuerado en negro.
Comuniqúese, publíquese y archívese ya mismo
en las infalibles computadoras del olvido institucionalizado).


No sé si andaba muy borracho o muy volado
o era así
aunque por lo que he venido escuchando en estos días
yo creo que las tres cosas y más.


No miento. Yo lo vi. Seguro.
No tenía la más remota idea de quién era
cuando subió dando tumbos al taxi
sino hasta mucho tiempo después
cuando me enteré por los mass de la media
cagadita que el tipo (al que llamaron "Sicopoeta")
se había despachado así, con tanta flema el carerraja,
a vista y presencia de toda la mojigatería
que siquiera tuvo tiempo de cambiarse de canal
cuando la mierda atravesó su pobre y más que solitario
CRAZN/

“Tócala: Imaginarios de Fútbol y Territorios”,

Ricardo Netz Ortiz y Carlos Yévenes

(Este Texto fue leído en la actividad de lanzamiento del libro de Netz y Yévenes, el 14 de Mayo de 2009 en la sala de espectáculos de Artistas del Acero. Ciudad de Concepción)

Por Rodrigo Alarcón

“Preliminar”:
Antes que nada estrictamente teórico, quisiera permitirme “pisar un campo” que no por inestable y en ocasiones autoexcluido de la gimnasia académica es “poco riguroso” o carente de “técnica”. Quisiera hacer una preliminar referencia a ese terreno en que las huellas de lo construido y de lo desensamblado, de los armes y los desarmes corporales, textuales, testamentarios, suenan en la sordina de la memoria; olfativa, sudorosa, polvorienta, trompera, pelotera, en esa memoria que a pesar de todo parece feliz.

Aunque particularmente no he sacado ni creo sacaré entrada en el campeonato oficial de la felicidad pretérita (hoy por hoy a pleno rentable), las huellas emotivas de aquellas horas de sonrisas marcadas a fuego en los sedimentos de nuestra sensibilidad, son puestas a vibrar -antes que ninguna otra cosa- por este texto que precisamente declara su fugaz comienzo en la casualidad y la asistencia azarosa y fortuita de causas y efectos que de sopetón se encontraron en la misma coordenada a una misma hora. Y precisamente ¿no son esos los dispositivos de activación memoriosa de nuestra sensibilidad?: el gesto, el quiebre traposo y etílico, la mirada cruzada, la porfiada imagen saliendo de una caja polvorienta. Accionados estos dispositivos, el trabajo y la constancia devienen añadidura inevitable y quizás –tras el desate- no nos queda otra cosa que hacer si no queremos arriesgar en definitiva una muerte insípida y patética.

Acaso todos no hemos vivido aquel desanimo imborrable -imborrable hasta la próxima gran victoria o hasta su olvido épico- descrito en “Domingo de Ramos”. “Si no le hubiera dicho eso ella no se habría ido”, “si hubiera tirado a matar seriamos campeones”, “no fuimos ni la sombra...”. Un partido nos revienta a emociones por que de una u otra manera contiene la épica de la vida, quizás aquí radica la imposibilidad de que la práctica social creativa que contiene el fútbol sea incluida –más allá de lo esporádico y anecdótico- en el registro teórico de lo social y lo literario, y no solo por una muletilla de la sofisticación, sino simplemente porque esta práctica involucra de manera eficaz las emociones que contiene en sí misma, siendo quizás la única que es poseedora de su propia tragedia y de su propia comedia.

Y acaso no hemos sido todos equilibristas en algún momento de nuestra precoz niñez y tambaleantes hemos hecho alguna “finta” frente a la morena o la “rusia” que nos quitaba el suspiro, las pastillas y hasta los helados en verano. Acaso no hacíamos equilibrio para no caer en la cuneta en esas “pichangas” que se extendían hasta cuando fallaba la iluminación con la caída diaria del sol. Acaso no hemos traicionado alguna vez y ese recuerdo en clave de pesadilla nos ha perseguido hasta cuando nos miramos al espejo como aquel “innombrable” “veneno sierra”. Acaso no hemos abandonado más de alguna vez a nuestro equipo, acaso no hemos llegado hinchados de alcohol a nuestras diarias responsabilidades.

Este texto primero que nada es fiel al tránsito que declara, ese que se activa entre esta estación emotiva, interior, y esa otra ruta de la cual también es testigo y que no se puede decir más que en un texto inocuo, si es que se relata sólo desde la retórica teórica de los flujos, los espacios de la posciudad y aquellas espectaculares y eficientes descripciones Virilianas de la ciudad de hoy, de esa en que en estos momentos estamos, pero que ahora mismo ya no está.

“Compacto”:
Pues bien, el trabajo que hoy recepcionamos con su amplio repertorio de filamentos espaciales y simbólicos, que se traslapan –como se señala al final del texto- en la construcción de los imaginarios que habitan y configuran la ciudad, logra dar cuenta (mostrando una forma de hacerlo), de aquellas dinámicas procesuales que constituyen el cuerpo vivo de la ciudad y que a través de sus diferentes objetivaciones actúan como ejes catalizadores de las energías que liberan y que han liberado aquellos inestables márgenes de subjetivación que resignifican y alteran el orden del cuadrante urbano y de toda su pesada legalidad oficial sobre las vidas cotidianas.
Desde este sentido -vivo- el texto nos muestra la ciudad como un lugar contaminado tanto en sus espacios como en los discursos que la transitan, donde contornos coherentes y homogéneos no pueden contener en un molde estático los contradictorios códigos de los sujetos que la habitan. Así lo registra la bitácora visual del viaje que emprendieron los autores por el emblemático barrio Lorenzo Arenas; la serie de marcas y de textos que este registro ofrece, nos permite leer una densidad simbólica que incluye desde los símbolos institucionales de la precaria organización barrial, hasta las metáforas, las alegorías y los signos de identidades móviles que evidencian las firmas estampadas en los muros, sobre la memoria reificada de los monolitos, en fin, en la reescritura del texto barrial una y otra vez.
A través de este registro, el trabajo de Nets y Yévenes nos indica que la ciudad sólo puede decirse mediante formulas disímiles, las cuales en su propio esfuerzo por describirla, terminan no pudiendo ir más allá de un rodeo y constatando el exilio de lo unívoco. El texto nos está señalando –y aquí está uno de sus grandes aportes- que el embate de las nuevas biologías de cemento (denominación que dan los autores a la nueva reconfiguración inmobiliaria de edificios en altura cerrados sobre sí mismos) que fuerzan una ordenación de la diversidad de la ciudad como una sumatoria de lugares equivalentes y sin contradicción (quizás metáfora social de las últimas dos décadas), no puede ocultar ni trabar aquella otra ruta que aun mantiene el lugar y la permanencia como un espacio de evocación, pero no de una identidad pesada y estática, sino de aquella que se revela pasajera a través de las "retóricas del andar" que declaran los autores en su itinerancia y recorrido.
En esta perspectiva, el texto -en su captura literaria-visual- registra las huellas de las transformaciones urbanas del barrio Lorenzo Arenas, tanto en el plano material como en su dimensión simbólica. Este asentamiento penquista corresponde –en su formación- al proceso de masificación urbana comenzada a principios del siglo XX, cuyo despliegue sitúa a éste territorio como un espacio protoindustrial abierto a la extensión y poblamiento requerido para la instalación efectiva de la modernidad en esta zona. En este sentido, las prácticas culturales que allí se articulan fueron la subjetivación colectiva de la experiencia de estos nuevos procesos productivos. El fútbol es sin duda una de estas prácticas, la cual fue cruzada por ese espacio-tiempo industrial que acompañó y acompaña hermeneuticamente el despliegue material de lo social, cuestión que declaran los autores al afirmar que “en aquella época el fútbol comenzó a viajar en tren”. Este viaje, precisamente, ocurría al unísono con el despliegue de la modernización que se desarrollaba “arriba de la línea férrea”, por excelencia primer símbolo de la modernidad en estas tierras.

Por su parte, a través de esta mismo road movie narrativo visual se muestra que estos símbolos son otros y que a pesar que la ciudad no ha dejado de ser un artefacto productor de un orden modernizador, lo que hoy este orden sedimenta son desfasajes, descorrimientos y desplazamientos en el sentido y en la materialidad de lo urbano. Orden que en clave global marca la ausencia de límites, generalizando lo urbano y desagregando la sociedad al promover la atomización de sus relaciones y prácticas.
En esta perspectiva, este trabajo a través de su particular registro –“el de la captura de los ángulos oxidados de los arcos semiabandonados y de los neumáticos como desechos reciclados del registro escritural de la nueva institucionalidad deportiva y barrial 2.0”-, constituye un documento –por cierto inestable- que actualiza la huella de esa modernización desterritorializadora y resquebrajante, la huella de ese proceso simbólico y material que hoy deja a muchos todos los días sin partido, bajo los efectos de la suspensión permanente que genera la supremacía de la competencia mercadotécnica de la industria cultural, por sobre las prácticas locales que a través del “juego jugaban a configurar sus espacios de significación”, siendo obligadas a las estrategias de sobrevivencia y en definitiva a la migración permanente.

En síntesis, creo necesario agregar que el texto mismo pretende articularse como vivencia de estos desplazamientos, instituyéndose como objeto material desarmable, prepicado y en permanente desestructuración, quizás como estrategia activa de desmarque de las lógicas homogenizadoras de las que hoy la ciudad es testigo; quizás el gesto de fuga de su timbraje es el corolario de esta apuesta por la difuminación, desmarcándose de la repetición serial que permite los recursos del capital y apostando por la marca del error, esa que es más propia de la “falla de un defensa”, “de una cancha mal medida”, “de un atraso en el partido del domingo”, en fin, esa marca que es más fiel a la calle que al encuadre reificante del texto objeto.

“Minutos finales”
Lo que se encuentra en ciernes en el trabajo de Netz y Yévenes, es una especie de ejercicio cartográfico que intenta evitar la deformación de lo representado al punto de trucar su contenido en la constitución de un significante vacío. Este es un trabajo donde aflora un mapa que no se abre fácilmente a la ambigüedad ilimitada del emborronamiento estetizante de las formas, una cartografía que hace frente a la inestabilidad del terreno de los referentes -socavado por el flujo de la experiencia desarraigada de la ciudad- representando aquellos itinerarios, entrelazamientos y puntos de fuga que dan cuenta de la reconfiguración de la ley de significaciones de todo un orden barrial, pero también y fundamentalmente social.

En este texto, los mapas que aquí importan son los que muestran las capas movedizas, las líneas de fractura y los puntos calientes de la actividad urbana (lugares de pasión), aquellos que evitan la sobredeterminación estadística y la mirada cosificante de ciertos complejos argumentativos con engañosas aspiraciones de neutralidad. En suma, mapas construidos para el levantamiento de la situación desde las mediaciones y desde los sujetos, para cambiar el lugar de las preguntas, para asumir los márgenes no como tema sino como enzima, situando sobre la mesa de trabajo la heterogeneidad del barrio, el lugar donde estallan precisamente nuevos imaginarios y donde se escenifican los intrincados pasajes y parajes de una cultura en permanente transición.

LA ERRADICACIÓN DE LA CIUDAD

Posciudad y ciudadanía

Rodrigo Alarcón M
Magister (c)en Estudios Culturales. Universidad ARCIS
Profesor Universidad De Las Americas/Universidad Santo Tomás
Concepción, Chile
rolarcon@gmail.com




La Familia, la escuela, el ejercito, la fábrica ya no son lugares analógicos distintos que convergen hacia un propietario, estado o potencia privada, sino las figuras cifradas, deformables y transformables, de una misma empresa que solo tiene administradores.
Guilles Deleuze



El siguiente texto surge del intento –por cierto modesto- de aproximarse a una comprensión de la ciudad contemporánea, a través de un recorrido que transita desde la pregunta por la ciudad en términos epocales, hasta la pregunta por la ciudad que hoy fragmentadamente se piensa y se habita. Para esta ciudad hay múltiples claves de interrogación, sin embargo en este trabajo se intenta abordar la escurridiza realidad de la ciudad desde su similitud a un plano informático, donde al parecer la ciudad termina erradicada y la experiencia de la ciudadanía transformada en una multiplicidad de fragmentos, conexiones y desconexiones. En este recorrido se busca dar cuenta del nuevo modelo urbano que el mundo global despliega: la posciudad.
1. La Pregunta por la ciudad
La ciudad es el lugar de realización de la existencia, del habitar-construir que produce y reproduce las prácticas y representaciones de la historia, el trabajo, el sexo, el ocio, la violencia, el amor etc. Es el registro de inscripción de la sociedad, el espacio donde se organiza formal e imaginariamente el “orden de las cosas” en tanto campo de disputa por el poder, los regímenes de sentido y de representación. Es decir, la ciudad es el lugar de la política (Del Valle: 1997).
Desde esta perspectiva, la ciudad es el lugar de su propia inscripción, el registro de su propia dialéctica auto representacional (García Canclini: 1999) y a través de la cartografía que levanta su textura material y sus fluctuantes zonas de significado, resulta una escenificación de espacios y discursos signados por el desajuste con cualquier molde unívoco y estático que reticule los contradictorios códigos de los flujos y los sujetos que la habitan. La ciudad se presenta como el locus donde las diferencias explotan, donde lo disímil y lo contaminado constituye el terreno de las posibles definiciones. Tanto la experiencia como la episteme que la organizan, se constituyen en una trama des(re)territorializada, desencajada, móvil y multiforme que arrastra el efecto de un registro multivocal de descripciones que va desde la morfología de su población hasta el rediseño territorial de la nueva organización espacial de la industria, pasando por los relatos tribales y los evanescentes textos de las tendencias urbanas. Luego, en tanto artefacto productor del orden, la ciudad es una máquina productora de desafasajes, descorrimientos y desplazamientos en el orden del sentido y en su mundo de artefactos materiales.
Este juego de elaboraciones y reelaboraciones que comprende la ciudad, actualmente presenta las trazas de la radical transición sociocultural contemporánea. Un nuevo modo de producción de extensión global emborrona las fronteras y restringe los Estados en una gestión económica de lo político que planifica, controla y gestiona lo social sin ningún anclaje en “territorios tradicionales”. Esta megatendencia cuenta con el soporte de la tecnología electrónica para regular la circulación material del capital en sus flujos de intercambio y genera, como efecto cultural más potente, el desplazamiento de las estructuras de sentido hacia un universo simbólico difundido a escala planetaria, donde los signos y símbolos articuladores de las identidades son tensionados desde una nueva constitución trans-territorializada y postradicional (Castro Gómez y Mendieta, 1998 p. 10). Sin embargo, esta rotunda resignificación de los imaginarios culturales no es un fenómeno espontáneo, sino más bien un acontecimiento cuyas claves de sentido son rastreables desde la “fractura de marco” del orden tradicional, fenómeno ocurrido bajo el impulso cultural de la masificación, tal como se advierte en las transformaciones simbólico materiales de la ciudad de finales del s. XIX.
Las actuales dinámicas de transformación de la experiencia urbana, entonces, se inscriben en el radio de tensiones y complejidades discursivas provenientes del complejo moderno; la expansión sin precedentes del capital, sus fuerzas productivas y la creación de un mercado mundial que hoy precisamente signa la facticidad del escenario social mundial (Larraín, Jorge: 1996) así lo evidencian. En este sentido, con la actual pregunta por la ciudad –que hoy con tanta fuerza se vuelve a plantear-, se revela la problematización del propio sentido de la modernidad, en tanto ésta se ha constituido en términos fundamentales como cultura urbana. Sus procesos de expansión -que pertenecen a la esencia de su constitución y desarrollo-, han ido cobrando presencia en la propia textura de la ciudad, en el continuo de sus transformaciones y en las contradicciones de sus representaciones. La pregunta por la ciudad, entonces, remite indefectiblemente a una problematización de fundamento, al horizonte de la modernidad como conjunto epocal, obligando a rastrear esta ubicación y sus coordenadas a través de un repertorio de significantes que en los últimos años ha girado en torno al problema del despliegue de sus postrimerías, al “reciclaje” de sus postulados o a la clausura por una especie de “fin de temporada”.
La ciudad es una convergencia problemática donde se da cita el cuestionamiento del estatuto epistemológico, la fórmula institucional y los fundamentos civilizatorios de las condiciones de saber y de las figuras de la razón. Bajo estas claves, preguntas como la realizada por Heidegger en torno a la técnica resultan hoy mucho más reveladora, en tanto las transformaciones en el campo tecnológico proyectan una totalidad histórica, una definición de la cultura y todo un nuevo orden mundo (Martín-Barbero, 2004). Dicha interrogante se ve actualizada cuando la reflexión fija la mirada en los efectos antropológicos de la lógica inmanente a la evolución técnica, la cual movilizaría, a través de la naturalización de sus condiciones de vida integradas dentro del propio aparato técnico por él creado, una posible transición reificante desde el homo faber al homo fabricatus (Habermas, 1969).
Si bien es cierto que la mediación tecnológica trastorna la relación hombre – mundo, el reciente cambio que se ha producido en el orden de las cosas, no tiene estrictamente su origen en la técnica, sino que los impactos tecnológicos de la sociedad global se enmarcan en el proceso de mayor data y calaje de la secularizadora racionalización del mundo (Martín-Barbero, p. 257). El movimiento, el desplazamiento y el ámbito ampliado de los procesos de cambio que aceleran los procesos de interconexión son, pues, el registro “sismográfico” de la época, cuyas marcas se leen y se observan fehacientemente en las grandes transformaciones de la ciudad moderna y contemporánea. En esta perspectiva, la ciudad ya no solo es el archivo de su propia sucesión y discontinuidad, sino que también es el “mejor registro” del devenir del pensamiento y de la acción humana de los últimos siglos. Parafraseando a Martín Barbero, la ciudad se da a pensar en cuanto narración y es en el ejercicio de pensarla cuando se cae en la cuenta de que el crecimiento del espacio urbano no significa la expansión de la ciudad física, sino el crecimiento de una experiencia, la experiencia del hombre contemporáneo, el mismo que ahora camina por las calles de la ciudad global sin culpa y sin utopía (Martín-Barbero, p. 264).
2. La erradicación de la ciudad
Aproximarse a un deslinde conceptual de esta nueva configuración de lo urbano, comprende la revisión de las modalidades que la ciudad experimenta a la luz de los expansivos procesos de la economía global y de las políticas de la información. Con el término Posciudad, se reconoce una modulación urbana material y simbólicamente porosa, movediza, ubicua y virtual. En tanto artefacto conceptual, denota un intento estabilizador que se recorta sobre el trasfondo reflexivo de un móvil cuerpo de ideas –especialmente anclado en las comunicaciones- que procesa los escurridizos flujos que descorre la globalización sobre centros de gravedad cultural en permanente desplazamiento.
Pues bien, después de décadas en que lo urbano como objeto de interés teórico estuvo relegado (Gorelik, 2003), esta especie de palimpsesto en que deviene la ciudad contemporánea, inaugura un repertorio de referencias donde se mezclan nostálgicos relatos anclados en barrios virtuales, “callejeras” estrategias de seguridad y sobrevivencia material, junto con testimonios que dan cuenta de cómo los ciudadanos constantemente modifican y reconfiguran sobre la marcha sus patrones de comportamiento, y la función y significado de los lugares que habitan. Pareciera que en la ciudad se dan cita en esta hora las mutaciones civilizatorias más radicales y el intento por comprender los sentidos de las transformaciones que atraviesan la sociedad y el sentido de lo humano (Martín-Barbero, 274), cuestión que implica reconocer una transformación que está alterando y transformando la percepción temporal y espacial de los seres humanos.
Un autor como Paul Virilio advierte que el tiempo cronológico e histórico ha dado paso al tiempo real de la pantalla del ordenador y el televisor, donde todo se presenta de manera instantánea, los espacios tradicionales se ven desplazados y se despliegan procesos ajenos a la identidad y la memoria colectiva de los lugares, cuyas claves de acceso siempre han existido en tiempos locales. Con el tiempo real los lugares se convierten en intercambiables, generándose una distopía de donde han sido expulsados las ciudades y sus lugares de arraigo. La desaparición del espacio real va en paralelo a la desaparición del tiempo local e histórico, dando paso la "urbanización del espacio real" a la "urbanización en tiempo real", nueva forma de crear ciudad basada en las lógicas informáticas y televisivas. El tiempo real anula la noción de distancia física, ya que cuanto más rápido es el desplazamiento por el mundo menos se tiene conciencia de su vastedad. De esta manera un nuevo modelo de percepción comienza a actuar sobre el horizonte urbano, en el cual los vínculos se debilitan y las interconexiones pasan a ocupar un lugar hegemónico.
Se puede afirmar que hoy la ciudadanía “flanea” en el espacio donde todo deviene flujo y fugacidad. Un espacio donde el ciudadano accede, pero no participa y la desagregación social se constituye en el relato que la privatización de la experiencia consagra en lo urbano, al gestionar la conversión del espacio desde donde hoy las personas ensimismadas miran la ciudad, el espacio doméstico, en territorio virtual. Desde ahí se comienza a tejer la red que impone el nuevo modelo de percepción urbana, activándose el paradigma informacional de circuitos, enlaces y conexiones que constituyen el modo de acceder y narrar la ciudad, en tanto que desde el territorio domestico se accede a lo que se quiera a través de las vías electrónicas (Martín Barbero, p.276). El espacio domestico se comienza a constituir en un espacio donde todo llega sin antes partir.
Para los fines aquí planteados, en medio de este escenario resulta gravitante para evitar caer en la reiterada fetichización de los particularismos, descifrar la nueva configuración de lo privado y de lo público y las relaciones que establecen, en tanto que ambos espacios comienzan a presentar una superposición y una confusión de sus fronteras. A pesar del repliegue que se observa en las personas frente a la incertidumbre exterior, estar en casa ya no viene a significar ausentarse del mundo, ni siquiera de la política, sino que viene a constituir una manera nueva de ejercerla, o mejor de mirarla (Martín Barbero, p. 277). Sin duda que aquí se observa de igual manera, cómo el desarraigo urbano ha sido proporcional a la masificación y sofisticación de los poderes de la información. Como sea, imposible de ser representada en la política, la fragmentación de la ciudadanía es tomada a cargo por el mercado, deviniendo en experiencia efímera donde la conexión - desconexión es el “vínculo” por cierto inestable entre los colectivos o las denominadas nubes de sociabilidad. Así es como la ciudadanía se escinde permanentemente, experimentando la contradicción entre las expresiones de sociedad y la seducción del consumo como ejercicio individualista que fragiliza cada vez más la ciudad.
Se comienza a apreciar una identificación entre la racionalidad planificadora, la experiencia del habitante y el accionar de los “movimientos sociales” con el modelo de la comunicación y el paradigma informacional. En estas tres esferas el encuentro de los ciudadanos no se vuelve prioritario, sino lo que es gravitante es la permanente circulación; no la reunión y si la conexión (Martín-Barbero, p. 286). Este fenómeno urbano presenta una alta complejidad formal como una de sus características más fuertes, en tanto convergen procesos simultáneos de desterritorialización y reterritorialización, de desmontaje de realidades urbanas preexistentes y de recolonización de la ciudad con otras nuevas. Los primeros se caracterizan por el debilitamiento de la idea de lugar y de las comunidades sociales definidas territorialmente; los segundos por la aparición de una nueva espacialidad donde lo urbano es inseparable de lo no urbano, donde los límites entre el interior y el exterior se han difuminado, donde conceptos como "ciudad", "suburbio", "campo" y "área metropolitana" son difícilmente deslindables.
El caos urbano está siendo ordenado, entonces, desde el paradigma informacional que va ligando todo a una sola matriz teórica y operativa: la circulación constante, que es a un mismo tiempo tráfico ininterrumpido e interconexión transparente. En este sentido, la verdadera preocupación de los urbanistas ya no será que los ciudadanos se encuentren sino todo lo contrario, que circulen. Ello justificará que se acaben las plazas, se enderecen los recovecos y se amplíen y se conecten las avenidas. Así deviene la ciudad en metáfora de la sociedad convertida en sociedad de la información, siendo la ciudad erradicada a un espacio difuso y ubicuo donde ésta queda organizada en torno a centros de orden y control, capaces de coordinar, innovar y gestionar las actividades entrecruzadas de las redes empresariales (Castell, 1996). Estos centros son la médula de los procesos económicos, cuyas actividades se pueden reducir a la generación de conocimiento y la gestión de los flujos de información. Estos centros nodales “son omnipresentes y se ubican en toda la geografía del planeta, excepto en los “agujeros negros” de la marginalidad (Castell, p. 268). Esta ubicación no es una cuestión menor, en tanto la urbe se integra en una arquitectura evolutiva de los flujos que hacen de la urbanización y reurbanización procesos casi absolutamente dependientes de factores globales.
Los efectos estructurales desde el punto de vista del trabajo son significativos, toda vez que el rasgo de la conexión-desconexión de esta nueva forma urbana (Castell, p. 275), se traduce en redes flexibles que permiten a los complejos de producción y a las compañías en general acceder a la mano de obra bajo condiciones favorables, en tanto permiten a éstas no incorporar empleos o trabajadores ni tampoco proveedores, más allá de lo financieramente conveniente y en cantidades requeridas (Castell, p. 276). Sin embargo, el desarraigo urbano simultáneo a estos procesos desconfiguradores de la economía y la sociedad pasada, remite a cuestiones como la borradura de la memoria, la angustia cultural y la pauperización psíquica, que recuerdan que la disparidad de los procesos, la integración y la exclusión es algo muy característico de los procesos de la posciudad. Efectivamente, entonces, en el nuevo modelo urbano se dan procesos opuestos y complementarios: crecimiento informacional y declive industrial, degradación y mejora de la fuerza de trabajo, sectores formales e informales, produciendo una fuerza de trabajo altamente polarizada y generando una diversidad de estilos de vida y diferentes espacios de convivencia y de hacer urbanos. Sin embargo, de aquí no resultan dos mundos opuestos sino una realidad plagada de fragmentos con escasa comunicación entre ellos, instalándose una estructura espacial que combina segregación, diversidad y jerarquía (Castell, p. 282).
La disolución histórica del lugar, que es marca e hito del nuevo hiperespacio de la posciudad, de alguna manera es gatillado por las prolongaciones -en que está atrapada la ciudad- de las complejas redes globales del aparato financiero y la penetración del espacio corporativo en las vidas y en el paisaje cotidiano de los ciudadanos y de las ciudades (Jameson, 1996). En esta perspectiva, Jameson destaca el conjunto de mediaciones entre estética y economía que conjuga la arquitectura, las cuales sugieren niveles intangibles del capital financiero, el cual usa la ciudad de cartografía e interconexión. Los grandes edificios corporativos establecen esta alianza formal que intenta amalgamar al ciudadano con la lógica del capital. Es decir, en la ciudad la nueva acción comercial transforma los lugares y los territorios más allá de su peso comercial, cuestión nítidamente visible en el impacto, por ejemplo, en el caso chileno, de los centros comerciales en las ciudades de provincia, donde los sitios sobre los cuales fueron edificados generalmente marginales y fuera del circuito de los valorados espacios céntricos y tradicionales, se convirtieron desde lo comercial en lugares de altísima plusvalía y, lo más significativo, en nuevos centros gravitacionales de la vida social. En estos nuevos centros aterriza un lenguaje multivocal que articula discursos, estructuras, precios, marcas, presente, futuro, todo, pero en clave de mercado y bajo la lógica del capitalismo financiero global, que desde la perspectiva de Jameson terminan por conducir desde el capital a la estética y la producción cultural.
El Shopping, como se ve, es una especie de metáfora de la ciudad del flujo, pues casi desde el proceso de su construcción que no ha conocido alteraciones, contradicciones, ni influencias de proyectos urbanos más amplios (Sarlo, 1997). La historia está totalmente ausente y cuando hay algo de historia, no se plantea el conflicto apasionante entre la resistencia del pasado y el impulso del presente. La historia es usada para roles serviles y se convierte en un preservacionismo fetichista (1997, p. 19). Se vivencia una amnesia necesaria para el funcionamiento de la economía y su particular subjetividad en cuanto la referencia a la tradición y a la historia detiene, retrasa o por lo menos es fuente de conflicto. De manera que el centro comercial es definitivamente un simulacro de la posciudad, por lo menos un ejercicio ideal, pues es un “artefacto perfectamente adecuado a la hipótesis del nomadismo contemporáneo: cualquiera que haya usado alguna vez un shopping puede usar otro, en una ciudad diferente y extraña de la que ni siquiera conozca la lengua o las costumbres de esta nueva urbe” (1997, p. 18).
Una cultura extraterritorial se despliega en este nuevas “plazas públicas”, cultura de la que nadie queda excluido incluso los más pobres en tanto el Shopping es fiel a la universalidad del mercado. Con su lógica aproximativa, este nuevo centro “es un tablero para la deriva desterritorializa; sus puntos de referencia son universales: logotipos, siglas, letras, etiquetas, no requieren que sus intérpretes estén afincados en ninguna cultura previa o distinta del mercado” (1997, p. 20). El Mall es el espacio del flujo constante, del cambio permanente, mostrando una cualidad transocial que caracteriza a la posciudad, en tanto en este simulacro de ciudad se instaura un torrente imparable de significantes sin posibilidad de estabilización, ni de contención.
Desde esta perspectiva, es observable como el entramado de la posciudad se teje a partir de un proceso de desurbanización que realiza una reducción progresiva de la ciudad realmente usada por los ciudadanos (Martín-Barbero, p. 287), a través de la simultaneidad operativa de la despacialización que reduce la historia a flujo, el descentramiento que hace equivalentes todos los sitios en función de su utilidad informacional y la desurbanización que restringe el uso social a favor de la volatilidad de las mercancías y los mensajes (2004, p. 286). Estos movimientos atraviesan por igual la ciudad real y todas las ciudades que se pueden encontrar dentro de ella, en el sentido que la transversalidad de las redes y los flujos despliegan un territorio sin fronteras en que habitar la ciudad es "vivir en un mundo en el que se está siempre y no se está nunca en casa" (Martín-Barbero, 2004).
Ciudadanos de la Posciudad
La posciudad se ha descrito hasta aquí como una especie de réplica estratégica donde se producen las múltiples localizaciones de lo global y sus dinámicas cada vez más tecnológicas que territoriales. Sin embargo, es en estas mismas localizaciones donde se encarnan las modalidades sociales y urbanas del orden mundial avanzado, desde la arquitectura que aloja al poder financiero, hasta los nuevos estilos de vida y las nuevas expresiones de la polarización que vive la población. Es decir, estas localizaciones también se escenifican en tanto lugares de explotación y lugares de resistencia. De manera que cuando los flujos de información y los dispositivos de integración tecnoeconómica entran a configurar la ciudad, se tensiona el espacio de lo político, en tanto queda reticulado por una lógica que descalza las tradicionales identidades, las formas de participación y los modos de acceder a la acción pública por parte de las personas. Jameson ya advirtió, en torno a la relación capital – arquitectura, que las relaciones sociales de nuevo formato desplazan los “discursos calientes” hacia espacios donde los discursos se vuelven más bien neutros, efecto de la sobrehistoria que supone la globalización financiera, esto es, una acción sin actores, al menos sin actores reconocibles (García De La Huerta, p. 24).
En medio de estas desestabilizaciones otra pregunta adquiere urgencia, aquella que interroga el lugar de la globalización y su posible reconocimiento. Detrás de esta interrogante está la problematización de la condición de posibilidad del ciudadano, en tanto la identificación “del lugar de la globalización” permitiría resistir el flujo hipermóvil del modelo. Si la globalización tiene un lugar es posible elaborar una acción político social real, toda vez que las ciudades son fronteras en disputa, son lugares donde se despliegan nuevas mediaciones y en general, nuevos acontecimientos políticos marcados por el neo aglutinamiento de las masas bajo la marca de una desvalorización estratégica que los une a los bajos salarios y a la desprotección legal.
Sin embargo, no queda claro en qué momento las fuerzas sociales que se expresan en este nuevo modelo urbano se encuentran en conflicto político. A simple vista no hay mucha confrontación real, a pesar de las evidentes marcas de desigualdad y exclusión. Todo indica que en la posciudad el carácter de las luchas se manifiesta desde experiencias micro-sociales donde el capital es confrontado constituyéndose un momento político. En estos micro-territorios se podría explorar incluso el alcance de lo que históricamente se ha llamado lumpen, en cuanto a la capacidad que contiene para transformarse en un actor político por intermitente que esto resulte; muchas de las formas de violencia que se observan en la ciudad, violencia urbana diferente a la del robo o el asesinato, expresan un contenido potencialmente político, lo que está indicando que la “ciudad global” conforma un espacio que también genera actores políticos y no exclusivamente referidos a un aspecto de la economía global.
Este nuevo modelo político de redes y flujo que separa y aísla la materialidad de las relaciones sociales (Castell, 1996), mantiene el conflicto aunque sea de manera latente (Habermas, 1963a, 1987b), toda vez que el rasgo distintivo de la posciudad es una conexión exterior permanente –al sistema económico global- y una desconexión interior de las poblaciones locales que son funcionalmente innecesarias o perjudiciales desde el punto de vista dominante (1996, p 278). Precisamente la lógica conexión-desconexión con que los actores sociales marginales se mueven o más bien se ven obligados a moverse, desde el punto de vista político reticula la ciudad formando una constelación de fragmentos sociales, perspectiva que da sentido a la cita de Guattari que hace Deleuze en cuanto a que éste “imaginaba una ciudad en la que cada uno podía salir de su departamento, su calle, su barrio, gracias a su tarjeta electrónica (dividual) que abría tal o cual barrera; pero también la tarjeta podía no ser aceptada tal día, o entre determinadas horas; lo que importa no es la barrera, sino el ordenador que señala la posición de cada uno, lícita o ilícita, y opera una modulación universal” (Ferrer, 2005). De manera que a pesar que la ciudad padece esta descorporización a través de la densificación de los flujos y el reemplazo del intercambio de experiencias entre las personas, una particular mirada del nuevo escenario urbano sentencia la disolución de la política, ni del hacer ciudadano, ni consuma el repliegue irreversible de lo social.
Pareciera ser que hoy se constituye, entonces, como posibilidad una nueva sociabilidad, una articulación en red con nudos de reconocimiento que recorren las calles con una impronta tribal, con rasgos de diferenciación establecidos, aunque constantemente afectadas por las territorializaciones que activa la lógica del consumo. Aparecen nuevas maneras de estar juntos que no vienen determinadas por un consenso racional, sino más bien por la edad, el género, los repertorios estéticos, los gustos sexuales, los estilos de vida y las exclusiones sociales (Martín-Barbero, 2004). Sin embargo, esta especie de “mosaico de participación” se ve profundamente tensionado por el despliegue de los medios de comunicación que intentan reconfigurar los modos de interpelación de los sujetos y representación de los vínculos que cohesionan una sociedad (2004, p. 314). En estos cambios de sensibilidad de la vida social, se percibe un proceso de abstracción que intenta hacer del “Posciudadano” una parte del porcentaje de la estadística, a través de la gestión mercantil de la política que sustituye la vida política en el mismo proceso y al mismo ritmo en que el ciudadano va siendo reemplazado por el consumidor (...); el Estado no sólo deshuesa al Estado sino que fagocita la sociedad civil, a la ciudadanía, convirtiéndola en instancia de legitimación de sus propias lógicas y discursos (2004, p. 314). Esta acción a cargo del mercado y los medios, implica además un elogio permanente del presente y una desafección de toda fuga interpretativa que haga una articulación de sentido que escape al flujo imparable del mercado. El resultado es la expurgación del pasado, el cual es depurado y lavado de todo lo que podría hoy generar desorden, y la clausura de una perspectiva problematizadora de futuro.
En definitiva, aproximarse a la problemática configuración estructural, social y política de la “Posciudad”, es constatar lo que se podría denominar como “erradicación de la ciudad”, la reducción progresiva de la ciudad y el desuso de los espacios materiales y simbólicos cargados de significación pública. La ciudad vivida e interpelada por los ciudadanos se estrecha y paulatinamente comienza abandonar o perder sus usos y costumbres, moviéndose las personas a través de los circuitos urbanos por la mera obligación que imponen las rutas de tráfico y desplazamiento funcional. Sin embargo, al parecer aun son reconocibles retazos de desmarcación respecto a los “pesados” dispositivos culturales del mercado y los efectos que genera la imposibilidad de retener para siempre al interior de códigos estables, la diversidad de sujetos y de acciones de producción de sentido y de resistencia visibles aun en la ciudad. El conflicto, la contradicción, la discontinuidad y la imposibilidad de establecer una temporalidad y una espacialidad sellada en la ciudad, permanece como una realidad que permite intentar sostener y revisar la diferencia que habita en los rituales y en las prácticas de los sujetos cuando enfrentan el régimen de verdad y su pedagogía visual que impone la nueva realidad urbana de la denominada Posciudad, siempre con la perspectiva de dar forma al deseo irrenunciable que señalaba Spivak, el de estabilizar una sociedad que se caracterice por dinámicas más humana y más libertarias.
REFERENCIAS
-Castell, M. (1996). El Surgimiento de la Sociedad de Redes. Blackwell Publishers.

-Castro Gómez, S., Mendieta, E. (1998). Teorías sin disciplina. México. Universidad de San Francisco.

-Del Valle, T. (1997). Andamios para una nueva ciudad. Lectura desde la Antropología. Valencia. Universitat de Valencia.

- Ferrer, C. (Ed.). (2005). El Lenguaje Libertario: antología del pensamiento anarquista contemporáneo. Argentina. Terramar Ediciones.

-García Canclini, N. (1999). Imaginarios Urbanos. Argentina. Eudeba.
-García De La Huerta, M. (2002). Diálogo entre culturas y un alcance sobre Nietzshe y el mestizaje. En León, R. (Ed.), Arte en América Latina y Cultura Global. Santiago. Facultad de Artes de la Universidad de Chile.

-Gorelik, A. (2003). Lo moderno en debate: ciudad, modernidad y modernización. Universitas Humanistica n° 56, pp. 10-27.

-Habermas, J. (1992), Ciencia y técnica como ideología. Madrid. Tecnos.
-Habermas, J. (1990). Teoría y Praxis. Madrid. Tecnos.

-Jameson, F. (1996). Teorías de la Postmodernidad. Madrid. Editorial Trotta.

-Larraín, J. (2000). Modernidad, razón e identidad en América Latina. Andrés Bello. Santiago de Chile.
-Marín-Barbero, J. (2004). Oficio de Cartógrafo. Méxic D. F. Fondo de Cultura Económica.
-Sarlo, B. (1997). Escenas de la Vida Posmoderna. Buenos Aires. Espasa Calpe.

LA CIUDAD DE LA ALEGRÍA...

Pablo Angulo Vera
Doctor (c) en Literatura Latinoamericana. Universidad de Concepción.

Nos criamos con la televisión, viendo Superman y la Guerra de las Galaxias, escuchando y mirando por la ventana una vorágine de banderas rojas, capuchas, molotov, piedras, disparos y sirenas. Alguna vez la curiosidad nos hizo escapar y correr de un lado para otro con nuestros amigos, sumarnos a la masa tirando piedras en aquellas catarsis colectivas, siguiendo a la gente sin entender del todo los gritos y consignas, y menos qué pasaría si nos metían a ese camión verde o esos buses negros y blancos.
Cuando comenzamos a entender y nos causaba rabia y dolor, nos dijeron que lo olvidáramos, que la alegría ya viene, entonces cantamos ese alegre y pegajoso himno y nos paseamos saltando con una enorme bandera chilena por todo el centro, celebrando, mirando las caras de regocijo e imaginando que se abrían las puertas del cielo. Un par de años después nos caímos de la cama y despertamos. Nos dimos cuenta que algunas cosas cambian para que todo siga igual, nos convidaron a dejar todo ahí como estaba, a no hurgar en las heridas y a creer que somos la primera economía de Latinoamérica.
Mi banda sonora en los primeros meses de nuestra recién recuperada democracia, era la canción “En todas las esquinas” del grupo Congreso, a cada momento repasaba mentalmente ese pegajoso estribillo “ven para la libertad, grito este canto en todas las esquinas viva la libertad”. Me imaginaba la ciudad convertida en un carnaval permanente, músicos, malabaristas, teatro, cine, en fin, todas las manifestaciones imaginables expuestas en la calle. A nivel del significante no andaba tan equivocado. Lamentablemente el significado en algún momento se desvió hasta extraviarse por completo. La ciudad que imaginaba, en la actualidad de alguna manera existe pero forma parte de un entramado social no previsto en mis fantasías emancipatorias.
La calle, la ciudad, se abrió a las distintas experimentaciones estéticas y sensoriales pero sólo en apariencia, o si se prefiere, con una significación marcadamente distinta a la que nos hubiera gustado. En nuestra lectura, dicha apertura refiere a la ciudad esquizoide que hemos ido construyendo, paralelamente a las ciudades panóptica y paranoica.
La ciudad esquizofrénica es la que transitamos en común con el resto de los consumidores o -como dice un amigo- los hombres significantes. Está básicamente en los espacios comunes, el centro de la ciudad. Es el espacio de los múltiples universos de sentidos, las resignificaciones, las resemantizaciones. La ciudad de las grandes tiendas, las vitrinas, los escaparates, las estatuas humanas, los vendedores ambulantes, los libros y los cds piratas, los mimos y malabaristas en las esquinas, los skaters bajando por las barandas, los graffitis encima de los monumentos a los próceres. En otro estrato nos encontramos con la ciudad panóptica, que comparte de alguna forma los espacios con la anterior, pero es en mayor medida obra del aparato de Estado -la ciudad esquizo se rige por el mercado y su economía es la de los cuerpos como máquinas deseantes-. Las redes de la ciudad panóptica la conforman las instituciones. La escuela, la cárcel, el hospital, los tribunales, la policía y los sistemas de cámaras de seguridad en la calle y los edificios estructuran la mirada que el poder del Estado posa sobre nosotros.
La sociedad, sin embargo, no se conforma con ello y su cuerpo paranoico -el de cada uno de nosotros- estructura su propia ciudad a la medida de nuestros miedos. Esta ciudad se sitúa en los suburbios. Se aleja del centro y crea micro-ciudades fortalezas donde la seguridad y la asepsia son lo principal. Se cierran los barrios, se contratan guardias, se pone en acción el plan cuadrante con la policía, se compran perros, se levantan rejas, se instalan cámaras y alarmas. Los estratos panóptico y paranoico de la ciudad se comunican por medio de redes virtuales creadas con ese efecto. Lo que sigue son las alarmas y censores en nuestras casas y luego las cámaras para reconocer a los delincuentes y vigilar a la nana, que cuida nuestras cosas y a nuestros hijos –no hay que olvidar que ella viene del otro lado de la ciudad-. Además está el Messenger y las cámaras Web para hablar con nuestros parientes y amigos sin tener que abandonar nuestra guarida.
En realidad, las redes virtuales no comunican tan sólo los estratos panóptico y paranoico, sino también la ciudad esquizo y una multiplicidad de pulsiones y deseos que cruzan y escapan todos los estratos y definiciones. Gran parte del tráfico doméstico en la actualidad se desarrolla desde ahí.
La falta de territorios físicos para expandirse -en algún momento- llevó al capitalismo a inventar territorios virtuales cada vez más sofisticados. Las nuevas sociedades se definen de alguna manera por los imaginarios que se desplazan por sus ondas y redes virtuales, ellas ayudan a abrir nuevos espacios para que fluya el capital. Gran parte de la vida social, y de nuestras propias vidas, se desarrolla en escenarios virtuales, en barrios audiovisuales, donde representamos papeles distintos bajo algún pseudónimo o nick name. Por la red y la televisión transcurren amores paralelos, se trafican fantasías y se realizan la mayor parte de las transacciones comerciales. Esta vez son los propios afectos, la propia sensibilidad de las personas la que se transforma para dejar entrar y salir en un flujo constante inversiones de capital.
La instauración del discurso de la publicidad, opera lo que Zurita llama la agonía de la palabra. La pérdida de relación esencial de la palabra con las cosas. En la publicidad nada significa lo que significa. Lo que prima es el significante. Nuestra ciudad es diferente a la ciudad de la alegría prometida por la democracia, no por los significantes, sino por un extravío radical de los significados. Los significantes están, están los malabaristas, están los músicos, están los actores, los pintores, los bailes, todo. Pero está claro que algo importante se perdió en el camino.
Warhol nos mostró a los objetos en su “estado puro” de significantes, y como tal -todo significante es vacío- como bien da cuenta el afiche que anuncia este seminario, la publicidad se ha encargado de llenarlos con distintos sentidos, asociarlos a miles de significados diversos según sus intereses. En la actualidad los objetos se asocian a distintos ideales -seducción, audacia, delgadez, inteligencia, en fin-.
En este contexto, los objetos para ser reales deben llevar consigo más elementos que los de su pura materialidad. Con las personas ocurre lo mismo, para adquirir presencia en el mundo debemos adjuntar una serie de ideales culturales como los antes descritos, debemos imitar a la imagen, precisamos travestirnos en imágenes publicitarias.
Las ciudades se han convertido en un gran set donde cada uno “representa” su propia obra. Incluso tenemos cámaras en los lugares más concurridos y nos mandan mensajes para que lo recordemos, “sonría lo estamos grabando” en las tiendas y supermercados. Es cierto que estas advertencias conllevan una gran carga panóptica –evocando a Foucault -, pero al mismo tiempo actúan como metáforas del “plateaux” en que estamos instalados.
El fenómeno publicitario garantiza la uniformidad de los sujetos en torno a los actos de consumo al poner de relieve la inmediatez como norma oficial del goce, instalando a los sujetos en la experiencia anestética de la expectativa, que los obliga a convivir con sus identidades inestables, las que sólo serán recuperadas más tarde en el nivel de la narración de lo cotidiano, a manera de resistencia ante la total pérdida de sentidos -históricos, valóricos, estéticos- propiciadas por la entrópica proliferación de producciones culturales, tanto materiales como simbólicas. Pérdida paradójica si pensamos que es producida por un exceso de presencia de los objetos y los universos que ellos ponen en movimiento.
Hoy mediante la práctica publicitaria asistimos al doble juego de sus destinatarios “como consumidores de un determinado producto en el mercado de los intercambios económicos y como receptores de un determinado texto cultural en el mercado de los intercambios comunicativos”. En palabras de Baudrillard “el consumo es un modo activo de relación -no solo con los objetos, sino con la colectividad y el mundo- en el que se funda todo nuestro sistema de cultura”. Desde esta perspectiva el espacio público deviene cada vez más espacio publicitario y es justamente allí donde el problema fundamental se nos presenta en su dimensión ética.
La publicidad transforma los ideales emancipatorios en ideales de consumo, la igualdad se transforma en tarjetas de multitiendas, la libertad en un plan de teléfono móvil y la fraternidad en la comunidad de amigos del chat. Desde esta perspectiva la apertura de la calle a diversas manifestaciones urbanas no representa la jovialidad de un pueblo, la celebración permanente de esta copia feliz del Edén. Es la irrupción de la marginalidad lo que allí se juega, es la irrupción de la exclusión, en medio de esa escena de hipervisivilidad delirante, delirante de progreso y de sueños de mercado. Es el rumor del río que permanece, ese río contenido en inmensas jaulas de cemento y que la autoridad pretende canjearnos por la velocidad de las Biovias.
Todo lo que tiene texto es centro, todo lo que tiene texto no es marginal. Sabemos que es imposible rozar siquiera la carne de lo marginal desde el arte, desde la escritura, aunque esa ha sido desde siempre la tensión. De todas formas si nos interesa cuestionarnos en que momento la apertura de las calles pasó a ser una extensión del monitor del computador o la pantalla de televisión y en qué lugar se extraviaron las palabras, las palabras de las cosas, es necesario que empecemos a entender esos problemas de otra manera.
Entender la ciudad como texto, es equivalente a entenderla como idea. Lo que nos homologaría a los humanistas. Sería preciso entenderla como cuerpo. La marginalidad no es una idea, en el mejor de los casos es obra. La marginalidad, la ciudad -parafraseando a Marchant- es cuerpo. Cuerpo como necesario, como lo impresentable, lo imposible de presentación, lo que está ahí por pura necesidad, como percepción. Solamente en un trabajo con las palabras y las cosas, y no con las ideas de las cosas, dejaremos de aceptar como naturales las respuestas y las teorizaciones provenientes desde fuera. Solo un trabajo poético de la palabra y el silencio, un trabajo con nuestro propio lenguaje, nuestro propio cuerpo nos hará preguntar de otra manera, ser de otra manera.
La crítica urbana latinoamericana tiende a importar respuestas desde el norte, sin tener claras ni siquiera las preguntas que como sociedad nos competen. Es más, a nivel teórico esas preguntas nunca han sido planteadas. Respuestas a nuestra particular condición es factible de encontrar, según Zurita, esas respuestas se llaman Cien Años de Soledad, Rulfo, Vallejo, Neruda. Nosotros podemos dar otros nombres. En cualquier caso realizar la traducción de las teorías que vienen desde los centros metropolitanos implica tener presente desde donde se habla, tener presente la materialidad de nuestra lengua.
La crítica urbana latinoamericana, si pretender ser parte de la construcción de una nueva ciudad, hecha a escala de nuestra propia sensibilidad, debe escapar de la trampa interpretativa que impone la academia metropolitana. Debe partir desde una nueva relación de las palabras y las cosas, dejar de entender el objeto como puro significante, como en la posmodernidad que no es otra cosa que conservar las palabras y olvidar el referente, por el contrario debe abandonarse enteramente a ellos. Sólo así se me ocurre que es posible apagar las cámaras, dejar de vivir permanentemente en un set, recuperar el claro oscuro de la ciudad, los sobresaltos, dejar la línea recta e involucrarse verdaderamente en los intersticiosos que dan vida a nuestro cuerpo, nuestra sociedad, apagar la pantalla y escuchar el rumor del río que permanece, como bien dice Gepe, “es el secreto, vida horizontal en tiempo estival, donde no calza, la hora del río con la ciudad…”

1- Carlos Lomas “El masaje de los mensajes publicitarios. La seducción de los objetos y la identidad de los sujetos” en Signos. Teoría y práctica de la educación. Abril-Junio de 1997, extraído del sitio de Internet www.quadernsdigitals.net.
2- Citado en, Carlos Lomas “El masaje de los mensajes publicitarios. La seducción de los objetos y la identidad de los sujetos” en Signos. Teoría y práctica de la educación. Abril-Junio de 1997, extraído del sitio de Internet www.quadernsdigitals.net.