martes, 3 de noviembre de 2009

“Tócala: Imaginarios de Fútbol y Territorios”,

Ricardo Netz Ortiz y Carlos Yévenes

(Este Texto fue leído en la actividad de lanzamiento del libro de Netz y Yévenes, el 14 de Mayo de 2009 en la sala de espectáculos de Artistas del Acero. Ciudad de Concepción)

Por Rodrigo Alarcón

“Preliminar”:
Antes que nada estrictamente teórico, quisiera permitirme “pisar un campo” que no por inestable y en ocasiones autoexcluido de la gimnasia académica es “poco riguroso” o carente de “técnica”. Quisiera hacer una preliminar referencia a ese terreno en que las huellas de lo construido y de lo desensamblado, de los armes y los desarmes corporales, textuales, testamentarios, suenan en la sordina de la memoria; olfativa, sudorosa, polvorienta, trompera, pelotera, en esa memoria que a pesar de todo parece feliz.

Aunque particularmente no he sacado ni creo sacaré entrada en el campeonato oficial de la felicidad pretérita (hoy por hoy a pleno rentable), las huellas emotivas de aquellas horas de sonrisas marcadas a fuego en los sedimentos de nuestra sensibilidad, son puestas a vibrar -antes que ninguna otra cosa- por este texto que precisamente declara su fugaz comienzo en la casualidad y la asistencia azarosa y fortuita de causas y efectos que de sopetón se encontraron en la misma coordenada a una misma hora. Y precisamente ¿no son esos los dispositivos de activación memoriosa de nuestra sensibilidad?: el gesto, el quiebre traposo y etílico, la mirada cruzada, la porfiada imagen saliendo de una caja polvorienta. Accionados estos dispositivos, el trabajo y la constancia devienen añadidura inevitable y quizás –tras el desate- no nos queda otra cosa que hacer si no queremos arriesgar en definitiva una muerte insípida y patética.

Acaso todos no hemos vivido aquel desanimo imborrable -imborrable hasta la próxima gran victoria o hasta su olvido épico- descrito en “Domingo de Ramos”. “Si no le hubiera dicho eso ella no se habría ido”, “si hubiera tirado a matar seriamos campeones”, “no fuimos ni la sombra...”. Un partido nos revienta a emociones por que de una u otra manera contiene la épica de la vida, quizás aquí radica la imposibilidad de que la práctica social creativa que contiene el fútbol sea incluida –más allá de lo esporádico y anecdótico- en el registro teórico de lo social y lo literario, y no solo por una muletilla de la sofisticación, sino simplemente porque esta práctica involucra de manera eficaz las emociones que contiene en sí misma, siendo quizás la única que es poseedora de su propia tragedia y de su propia comedia.

Y acaso no hemos sido todos equilibristas en algún momento de nuestra precoz niñez y tambaleantes hemos hecho alguna “finta” frente a la morena o la “rusia” que nos quitaba el suspiro, las pastillas y hasta los helados en verano. Acaso no hacíamos equilibrio para no caer en la cuneta en esas “pichangas” que se extendían hasta cuando fallaba la iluminación con la caída diaria del sol. Acaso no hemos traicionado alguna vez y ese recuerdo en clave de pesadilla nos ha perseguido hasta cuando nos miramos al espejo como aquel “innombrable” “veneno sierra”. Acaso no hemos abandonado más de alguna vez a nuestro equipo, acaso no hemos llegado hinchados de alcohol a nuestras diarias responsabilidades.

Este texto primero que nada es fiel al tránsito que declara, ese que se activa entre esta estación emotiva, interior, y esa otra ruta de la cual también es testigo y que no se puede decir más que en un texto inocuo, si es que se relata sólo desde la retórica teórica de los flujos, los espacios de la posciudad y aquellas espectaculares y eficientes descripciones Virilianas de la ciudad de hoy, de esa en que en estos momentos estamos, pero que ahora mismo ya no está.

“Compacto”:
Pues bien, el trabajo que hoy recepcionamos con su amplio repertorio de filamentos espaciales y simbólicos, que se traslapan –como se señala al final del texto- en la construcción de los imaginarios que habitan y configuran la ciudad, logra dar cuenta (mostrando una forma de hacerlo), de aquellas dinámicas procesuales que constituyen el cuerpo vivo de la ciudad y que a través de sus diferentes objetivaciones actúan como ejes catalizadores de las energías que liberan y que han liberado aquellos inestables márgenes de subjetivación que resignifican y alteran el orden del cuadrante urbano y de toda su pesada legalidad oficial sobre las vidas cotidianas.
Desde este sentido -vivo- el texto nos muestra la ciudad como un lugar contaminado tanto en sus espacios como en los discursos que la transitan, donde contornos coherentes y homogéneos no pueden contener en un molde estático los contradictorios códigos de los sujetos que la habitan. Así lo registra la bitácora visual del viaje que emprendieron los autores por el emblemático barrio Lorenzo Arenas; la serie de marcas y de textos que este registro ofrece, nos permite leer una densidad simbólica que incluye desde los símbolos institucionales de la precaria organización barrial, hasta las metáforas, las alegorías y los signos de identidades móviles que evidencian las firmas estampadas en los muros, sobre la memoria reificada de los monolitos, en fin, en la reescritura del texto barrial una y otra vez.
A través de este registro, el trabajo de Nets y Yévenes nos indica que la ciudad sólo puede decirse mediante formulas disímiles, las cuales en su propio esfuerzo por describirla, terminan no pudiendo ir más allá de un rodeo y constatando el exilio de lo unívoco. El texto nos está señalando –y aquí está uno de sus grandes aportes- que el embate de las nuevas biologías de cemento (denominación que dan los autores a la nueva reconfiguración inmobiliaria de edificios en altura cerrados sobre sí mismos) que fuerzan una ordenación de la diversidad de la ciudad como una sumatoria de lugares equivalentes y sin contradicción (quizás metáfora social de las últimas dos décadas), no puede ocultar ni trabar aquella otra ruta que aun mantiene el lugar y la permanencia como un espacio de evocación, pero no de una identidad pesada y estática, sino de aquella que se revela pasajera a través de las "retóricas del andar" que declaran los autores en su itinerancia y recorrido.
En esta perspectiva, el texto -en su captura literaria-visual- registra las huellas de las transformaciones urbanas del barrio Lorenzo Arenas, tanto en el plano material como en su dimensión simbólica. Este asentamiento penquista corresponde –en su formación- al proceso de masificación urbana comenzada a principios del siglo XX, cuyo despliegue sitúa a éste territorio como un espacio protoindustrial abierto a la extensión y poblamiento requerido para la instalación efectiva de la modernidad en esta zona. En este sentido, las prácticas culturales que allí se articulan fueron la subjetivación colectiva de la experiencia de estos nuevos procesos productivos. El fútbol es sin duda una de estas prácticas, la cual fue cruzada por ese espacio-tiempo industrial que acompañó y acompaña hermeneuticamente el despliegue material de lo social, cuestión que declaran los autores al afirmar que “en aquella época el fútbol comenzó a viajar en tren”. Este viaje, precisamente, ocurría al unísono con el despliegue de la modernización que se desarrollaba “arriba de la línea férrea”, por excelencia primer símbolo de la modernidad en estas tierras.

Por su parte, a través de esta mismo road movie narrativo visual se muestra que estos símbolos son otros y que a pesar que la ciudad no ha dejado de ser un artefacto productor de un orden modernizador, lo que hoy este orden sedimenta son desfasajes, descorrimientos y desplazamientos en el sentido y en la materialidad de lo urbano. Orden que en clave global marca la ausencia de límites, generalizando lo urbano y desagregando la sociedad al promover la atomización de sus relaciones y prácticas.
En esta perspectiva, este trabajo a través de su particular registro –“el de la captura de los ángulos oxidados de los arcos semiabandonados y de los neumáticos como desechos reciclados del registro escritural de la nueva institucionalidad deportiva y barrial 2.0”-, constituye un documento –por cierto inestable- que actualiza la huella de esa modernización desterritorializadora y resquebrajante, la huella de ese proceso simbólico y material que hoy deja a muchos todos los días sin partido, bajo los efectos de la suspensión permanente que genera la supremacía de la competencia mercadotécnica de la industria cultural, por sobre las prácticas locales que a través del “juego jugaban a configurar sus espacios de significación”, siendo obligadas a las estrategias de sobrevivencia y en definitiva a la migración permanente.

En síntesis, creo necesario agregar que el texto mismo pretende articularse como vivencia de estos desplazamientos, instituyéndose como objeto material desarmable, prepicado y en permanente desestructuración, quizás como estrategia activa de desmarque de las lógicas homogenizadoras de las que hoy la ciudad es testigo; quizás el gesto de fuga de su timbraje es el corolario de esta apuesta por la difuminación, desmarcándose de la repetición serial que permite los recursos del capital y apostando por la marca del error, esa que es más propia de la “falla de un defensa”, “de una cancha mal medida”, “de un atraso en el partido del domingo”, en fin, esa marca que es más fiel a la calle que al encuadre reificante del texto objeto.

“Minutos finales”
Lo que se encuentra en ciernes en el trabajo de Netz y Yévenes, es una especie de ejercicio cartográfico que intenta evitar la deformación de lo representado al punto de trucar su contenido en la constitución de un significante vacío. Este es un trabajo donde aflora un mapa que no se abre fácilmente a la ambigüedad ilimitada del emborronamiento estetizante de las formas, una cartografía que hace frente a la inestabilidad del terreno de los referentes -socavado por el flujo de la experiencia desarraigada de la ciudad- representando aquellos itinerarios, entrelazamientos y puntos de fuga que dan cuenta de la reconfiguración de la ley de significaciones de todo un orden barrial, pero también y fundamentalmente social.

En este texto, los mapas que aquí importan son los que muestran las capas movedizas, las líneas de fractura y los puntos calientes de la actividad urbana (lugares de pasión), aquellos que evitan la sobredeterminación estadística y la mirada cosificante de ciertos complejos argumentativos con engañosas aspiraciones de neutralidad. En suma, mapas construidos para el levantamiento de la situación desde las mediaciones y desde los sujetos, para cambiar el lugar de las preguntas, para asumir los márgenes no como tema sino como enzima, situando sobre la mesa de trabajo la heterogeneidad del barrio, el lugar donde estallan precisamente nuevos imaginarios y donde se escenifican los intrincados pasajes y parajes de una cultura en permanente transición.

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